Serendipia o la flauta del burro
Tomás de Iriarte nació en La Orotava, municipio español al norte de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, Canarias, en 1750 y murió en Madrid en 1791. Desde joven se dedicó a la traducción de obras de teatro francés, y el Arte Poética de Horacio, en 1777. Pero este escritor y fabulista español es esencialmente conocido por sus "Fábulas literarias", que muchos críticos consideran de mayor calidad poética que las de Samaniego.
Una de sus fábulas más conocidas es El burro flautista, que os escribo a continuación:
Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.
En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.
«iOh!», dijo el borrico,
«¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!»
Sin regla del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.
Y ocurre que este sonar la flauta, vulgarmente llamado casualidad,cuando accidentalmente produce un descubrimiento científico afortunado e inesperado recibe el nombre de Serendipia , palabreja que tiene su curiosa historia:
Había una vez un reino exótico y oriental llamado Serendip cuya memoria se confunde con la imaginación. Los más viejos nos cuentan que existió; que estaba en una isla que muchos, muchos años después se llamó Ceilán y que hoy se conoce como Sri Lanka. O quizá Serendip siempre estuvo en Persia, el reino de los cuentos.
En el reino de Serendip se contaban muchas y maravillosas historias pero el azar quiso que sólo llegáramos a conocer una. Se trata de la historia de los tres príncipes de Serendip, individuos privilegiados no sólo por su noble ascendencia sino además por el don del descubrimiento fortuito.
Cuenta la historia que estos tres personajes encontraban, sin buscarla, la respuesta a problemas que no se habían planteado; que, gracias a su capacidad de observación y a su sagacidad, descubrían incidentalmente la solución a dilemas impensados.
Tan peculiar debió parecerle este don a un anónimo testigo que decidió inmortalizarlo escribiendo el anónimo relato que llevó por título, en inglés, “The Three Princes of Serendip”.
Mucha, mucha gente leyó ese libro a lo largo de los años. Pero cuando lo leyó el señor Horace Walpole en el siglo XVIII algo cambió. A Walpole el don de los tres príncipes también debió de parecerle sublime, si bien difícil de explicar, y se inventó al efecto una expresiva palabreja: “serendipity”, una palabra que, dado que el señor Walpole era inglés, tuvo su primera oportunidad de repetirse y crecer en el mundo anglosajón.
La palabra “serendipity” se encuentra hoy en los diccionarios de inglés y su noción se ajusta muy bien a numerosos casos de descubrimientos científicos, que se producen “por casualidad”, que se encuentran sin buscarlos, pero que no se habrían llegado a realizar de no ser por una visión sagaz, atenta a lo inesperado y nada indulgente con lo aparentemente inexplicable. Aunque no existe oficialmente la traducción de dicha palabra al español, y mientras eso ocurre, utilizaremos el neologismo Serendipia.
Y como muestra de serendipias cuatro variopintos ejemplos de los muchísimos que existen: la penicilina, el celuloide, el caucho vulcanizado y el pos-it.
La penicilina
El médico Alexander decidió concentrase en el problema de matar bacterias sin dañar el tejido ni alterar el sistema inmunológico. Pero he aquí, que Flemming tenía fama por algo más que por su brillantez como médico (y por ser buen tirador), era por tener el laboratorio más desastrado de todo Londres. En el Hospital Saint Mary de Paddington, cuando terminaba cualquiera de sus investigaciones, dejaba los platos de cultivos de tejidos desperdigados y sin esterilizar. Al cabo de unas semanas, el laboratorio estaba lleno de docenas de esos cultivos desatendidos que, antes o después, él examinaba por si había algo interesante y luego lo lavaba todo con antiséptico.
Un día a principios de 1928, volvió de vacaciones para incorporarse a su ajetreo habitual. Días antes había estado observando las variaciones de color entre las bacterias y había cultivado docenas de estafilococos procedentes de furúnculos y abscesos, y también de infecciones de nariz, garganta y piel. Algunos platos habían quedado casualmente medio sumergidos en una bandeja plana de antiséptico lisol y, antes de descartarlo, Fleming le echó una mirada. Para su sorpresa, en el centro de un plato había un pedazo de moho y alrededor un área desprovista de bacterias, que parecían haber sido matadas por el moho. Este descubrimiento accidental le concedería a Alexander Flemming el Premio Nobel: el moho resultaría ser penicilina.
El celuloide
En 1869, los fabricantes de bolas de billar Phelan y Collander ofrecieron cien mil dólares como premio a quien encontrara un sustituto del marfil.
Esta oferta llamó la atención de un par de impresores de Albano, Nueva Cork, llamados Jhon (en la imagen superior)e Isaiah Hyatt, y a ello se dedicaron, prensando una mezcla de serrín y papel con cola en un intento de obtener un sustituto del marfil. Enfrascado en su trabajo se cortó un dedo y acudió a su botiquín en donde, sin querer, volcó un frasco de colodión derramando su contenido; el disolvente se había evaporado , dejando una capa de nitrocelulosa en el estante. Tras varios experimentos, Hyatt y su hermano descubrieron que el nitrato de celulosa y el alcanfor, mezclado con alcohol y calentado bajo presión, formaba un plástico aparentemente adecuado para las bolas de billar.
Hyatt y su hermano no ganaron el premio por el sustituto de las bolas de billar, quizás porque las bolas hechas por ellos tendían a explotar. Pero patentaron su plástico hecho de nitrato de celulosa y alcanfor en 1870 bajo el nombre de celuloide y legó a ser popular para otras aplicaciones. A finales del siglo XIX, era utilizado para cuellos y puños de camisas de caballero. Fue moldeado para placas de dentaduras postizas, mangos de cuchillo, dados, bolígrafos y estilográficas y revolucionó el mundo de las baratijas.
El caucho vulcanizado
Otra famosa serendipia fue la de Charles Goodyear, inventor del caucho para neumáticos. El caucho en origen se volvía quebradizo con el frío y viscoso con el calor, haciendo imposible su uso en los neumáticos, pero Goodyear estaba convencido de que podía modificarlo para hacerlo más resistente a los cambios de temperatura. Con tanto afán y tan poco éxito se dedicó a sus investigaciones que su mujer terminó prohibiéndole que investigara más sobre el caucho, por el bien de la economía familiar y la salud mental de Charles. Pero él siguió investigando, a escondidas. Era un cauchópata. Un día que estaba en casa experimentando con caucho y compuestos de azufre, apareció su mujer antes de lo previsto. Goodyear escondió rápidamente su muestra en el primer sitio que encontró, el horno encendido. Cuando pudo sacarlo, descubrió que la cocción había endurecido el caucho hasta hacerlo útil para su uso en neumáticos. Había inventado el caucho vulcanizado.
Pero al pobre Goodyear no le fueron bien las cosas. Su patente no fue respetada por nadie, todos le copiaron el método y él no pudo sacar beneficios de su descubrimiento.
El Pos-it
Las famosísimas notas Post-it surgieron tras un olvido de un operario de la fábrica de 3M, que descuidó añadir un componente a un pegamento, lo que dio como resultado un adhesivo poco potente. Toda la partida de pegamento se apartó y guardó, pues era demasiado valioso como para tirarlo aunque apenas tuviera poder adhesivo. Más tarde Art Fry (en la imagen superior), uno de los ingenieros de la empresa y un hombre devoto de la Iglesia Presbiteriana del Norte, harto de señalar las canciones con papelitos en su libro de salmos y perder las señales a cada momento, recordó la vieja partida de pegamento malogrado. Con él confeccionó las primeras de estas notas de quita y pon.
Referencias: "Serendipia"- Royson M. Roberts/ http://www.cienciateca.com/ http://www.sabercurioso.com
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