Ayunos y abstinencias
Para situarnos en el tema, nada mejor que una breve introducción sobre ayunos y abstinencias extraída de la Enciclopedia Católica:
El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de ceniza y el Viernes Santo
La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.
Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.
El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.
Y ya enterados del asunto, vamos a por lo curioso:
A diferencia de otros libros sagrados, como el Talmud o el Corán, las Sagradas Escrituras no contienen ninguna prohibición alimentaria. Dicen los que creen en estas cosas, que a San Pedro una voz divina le anunció “Todos los animales que pueblan la tierra, así corran, vuelen o naden, están a disposición del hombre y le servirán de comida”.
Fue en el año 325, durante el Concilio de Nicea convocado por Constantino el Grande, cuando se estableció el periodo cuaresmal de cuarenta días. El motivo no fue otro que el de imitar los cuarenta días, con sus correspondientes noches, que Jesucristo pasó en el desierto en y ayuno antes de empezar su vida de predicación.
Al ayuno cuaresmal consistente en una sola comida al día efectuada al atardecer, justo a la caída del Sol, tras la Eucaristía, se unió más tarde la abstinencia de comer carne. En el período cuaresmal solo podían consumirse productos vegetales: verduras, legumbre, frutas, pan aceite y agua, estando totalmente prohibidos la carne, las grasas animales, los huevos, los lácteos y el pescado.
La arbitrariedad de las normas dietéticas y los rudimentarios conocimientos biológicos de aquellos tiempos dejaban al descubierto múltiples lagunas e interrogantes que convertía lo prohibido y lo permitido en un auténtico galimatías. ¿Son, acaso, las ranas, tortugas, caracoles, almejas, mejillones…., más carne que pescado, o al contrario?, y la aves ¿a qué grupo pertenecen?; ¿rompen la mantequilla o los huevos el ayuno? ¿ Se pueden comer capones?.
Ante semejante desmadre, la Iglesia resolvió dichas cuestiones (hasta en el Concilio de del Concilio de Aquisgrán (817)) con peregrinos y curiosos razonamientos, que varió a lo largo del tiempo:
Establecieron que el huevo era carne, aunque que no todos estuvieron conformes con esta decisión e incluso dentro de la propia iglesia aparecieron voces discordantes. El mismísimo Santo Tomás de Aquino se convirtió en defensor teológico de la tortilla indicando que esta no rompía el ayuno. La victoria final fue debida al papa Julio III, en 1553, declarándola como alimento válido para los días de vigilia, e incluso para los días Santos de Cuaresma.
Los capones, a partir del citado Concilio no rompía la abstinencia de carne. ¿ La causa del indulto?. Según las autoridades religiosas, algo evidente: su carne fue considerada poco sustanciosa por ser el capón un animal castrado.
Alrededor del siglo X, la jerarquía eclesiástica autorizó el consumo de pescado durante la Cuaresma.
Es famoso el disparatado caso de aquel monasterio portugués, que aprovechado que estaba en el regato del río, durante la Cuaresma, los glotones y pícaros monjes arrojaban aguas arriba una surtida colección de corderos, vacas y cerdos. Poco más tarde, ya en el cenobio, aparentaban sorprenderse al verlos aparecer flotando delante de ellos, y, con fingida ingenuidad, exclamaban “Ved, hermanos, qué peces más extraños lleva hoy el río…”. A continuación, y sin tiempo para resolver el misterio, se empleaban con delectación en dar buena cuenta de tan suculentos manjares.
Sobre si se podía comer todo tipo de peces, incluso los de carnes gasas y suculentas o qué ocurría con el amplio grupo de animales que , sin ser peces, tienen su hábitat en el agua, en 1696 los doctores de la Iglesia concluyeron que para saber si la carne era carne o pescado, no había que fijarse ni en “su color o abundancia de su sangre, ni en la piel, ni el plumaje, ni en sus graznidos, ni en su vuelo, ni en su figura, ya que todo ello es apariencia y común a muchas especies”. Lo único que debía tenerse en cuenta era la grasa, , el elemento más nutritivo y apetecible, capaz de estimular la gula y el disfrute: “La grasa de los animales terrestres es una verdadera sustancia; sin embargo en los pescados es aceite”. De lo que se deduce que todos los no volátiles acuáticos, cuyas carnes son aceitosas, pueden ingerirse sin reparo alguno los días de vigilia”. Así para satisfacción de los fieles cristianos, la Iglesia permitió el consumo de ranas, tortugas, caracoles, nécoras, ostras, mejillones, cangrejos, pulpos, castores, nutrias,..
Curiosamente, y para asombro de forasteros, los habitantes de los reinos de Castilla y León, tenían permitido mediante dispensa eclesiástica comer carnes denominadas “no selectas”, y podía comerse de las aves, los alones, el pescuezo, la molleja, la higadilla y los menudillos, y de otros animales ,como el cerdo o el cordero, la grasa, el tocino, las vísceras, la cabeza y las manos. Asimismo estaban permitidos ciertos embutidos típicos de los sábados, y, por este motivo, llamados “sabadeños” en Castilla y sabadiegos” en León.
Para acabar de redondear el asunto, estaban las “dispensas”. Así por ejemplo, los cocineros y pasteleros, por razón de su oficio, podían en todo momento probar (no “comer”) sus guisos para darle la sazón necesaria. Igualmente estaban autorizados a comer carne en días de abstinencia los cristianos que transitaran por tierras de infieles; o pásmense ustedes, aquellos otros que, como prisioneros, se encontrasen remando en galeras de herejes o paganos, si el no hacerlo les ocasionara daño grave. También se dispensaba por prescripción médica.
En relación con este tema, llama la atención la sensibilidad mostrada por el padre Feijoo, que en uno de sus escritos insta a los médicos a ser más generosos en excusar la abstinencia cuaresmal a los pobre que a los ricos, pues, razona el ilustre padre, los ricos pueden escoger entre muchos alimentos, mientras que los pobres apenas disponen de unas berzas o, a lo más, de un pescado muy salado o medio podrido.
Fueron por ejemplo, la bulas y dispensas para saltarse ayunos y abstinencias, que la Iglesia concedía mediante pago, uno de los motivos por lo que el monje agustino Martín Lutero, puso la primera piedra de lo que sería la Reforma protestante; separación de la Iglesia católica que fue definitiva cuando el papa León X, el 31 de mayo de 1515, promulgó una nueva bula con el fin de recaudar dinero para terminar las obras de la Basílica de San Pedro de Roma.
Yo vi a muchos monjes en sus predicaciones
denostar el dinero e a las sustentaciones;
en cabo, por dinero otorgan los perdones,
assuelven el ayuno e fazen oraciones
(Juan Ruiz, Arcipreste de Hita)
Lo cierto de este berenjenal, y en resumen, es que los ricos, la nobleza y gran parte del clero, ni ayunaron ni se abstuvieron de comer carne si no querían, mientras que el ayuno y la abstinencia fueron obligatorios para los pobre durante todo el año, y no precisamente por motivos religiosos.
La Cuaresma ha sido representada popularmente por una vieja con siete pies, que eran las semanas que duraba el periodo de ayuno. En la mano derecha llevaba un cayado de peregrino, una sartén o productos de Cuaresma y en la mano izquierda enarbolaba un bacalao.Los domingos, los niños de la casa arrancaban un pié a la vieja en un rito a caballo entre juego y solemne, para a la hora de comer quemarlo entre el jolgorio de todos. El domingo de Pascua se quemaba a la vieja con el único pié que le quedaba y se procedía a la primera comida suculenta, que generalmente, si la economía lo permitía, era cordero pascual y embutidos.
Esta famosa vieja también se exhibía en los escaparates de los comercios donde se vendía el bacalao a modo de aviso para recordar la prohibición canónica de comer carne, quemándose igualmente el domingo de Pascua.
Referencia: "Comer como Dios manda" - L. Jacinto García / "Historia de la cocina occidental" Carlos Azcoytia.
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