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FRANZ

EL CAFÉ Y SUS HISTORIAS ( I )

EL CAFÉ Y SUS HISTORIAS ( I )

Si en un anterior artículo hablaba del  tabaco, hoy le toca el turno a uno de sus amigos inseparables, el café, sobre el que Talleyrand escribió: “Negro como demonio y caliente como el infierno, puro como un ángel y dulce como el amor”, y que puede ser cualquier cosa, desde un brebaje demoníaco, un veneno fulminante o la esperanza del fatigado, néctar y obsequio divino. Perseguido, vituperado, cimiento de fabulosas fortunas y miserias inauditas. Algo es seguro, nadie permanece inmutable a su contacto.

El descubrimiento del café se remonta a un pasado legendario. La tradición ubica como su cuna la antigua Abisinia islámica –hoy, Etiopía. Los relatos son diversos y en determinado momento integran diversos personajes altamente legendarios. Se dice que en tiempos remotos, el pastor Kaldi, persona humilde y de escasos recursos, se percató de la inusual vivacidad del rebaño de cabras a su cuidado y las siguió; después de algún periplo descubrió un arbusto con rojas bayas: el cafeto. Al paso del tiempo se generalizó su uso terapéutico y arraigó el hábito de su ingesta en todo el mundo musulmán. Creamos o no en la leyenda, de cualquier modo el consumo de café tiene una raíz profunda. En las planicies etíopes se consumían los frutos secos y triturados, mezclados con mantequilla salada y cocidos como torta; y, aún hoy, en ciertas regiones de Asia y África, existen pueblos que consumen los granos machacados con pulpa de plátano y en pasta. Lo mismo sucede con la torrefacción, su descubrimiento también fue accidental: un monje sufí de alrededor del siglo XIII, al querer secar un poco unos frutos demasiado húmedos, antes de machacarlos en el mortero los colocó encima del hogar, se excedió en el tiempo de la operación y el grano liberó por vez primera un aroma que desde entonces ha cautivado naciones enteras.

Prácticamente desde el descubrimiento de Kaldi, el néctar negro se asimiló al orden predominante. De tal manera que el Islam la tuvo como la bebida oficial; en gran medida la causa fue la proscripción del alcohol de la religión y, en menor proporción, otra causa fue su uso para mantener despiertos a los monjes durante las agotadoras oraciones nocturnas.;

Incluso existe otro relato donde se afirma que el mismo Alá envió mediante el arcángel Gabriel la bebida como remedio para un mal que dejaba sin energía y ánimo al profeta; se dice de Mahoma que después de la primera taza, se sentía “capaz de desarzonar a cuarenta jinetes y poseer a cincuenta mujeres.”

El uso del café como estimulante prendió, primero, en tiendas beduinas como muestra de generosidad y, después, para su venta. Beber “café turco” se propagó hasta Constantinopla y el Cairo, irradiando desde el puerto moro de Moka, en Yemen. Las primeras casas de café, llamadas Kahueh-Kanes, se establecieron en el barrio de Taktacalah en Bizancio.

Así, también la primera prohibición del café ocurrió en el ámbito musulmán: el gobernador del sultanato del Cairo en 1511, Kair-Bey, dio órdenes de cerrar todos los cafés y destruir el producto, llevando a cabo además una campaña de desinformación contra los perjuicios del café cuando descubre que  las críticas contra su poder provenían de bebedores de café, creyendo que  la ingesta de café desarrolla el espíritu crítico, favoreciendo probablemente los intercambios intelectuales entre consumidores.

A los bebedores de café se es amenaza con recibir una paliza cuando se les sorprende bebiendo café por primera vez , y si era atrapado in fraganti una vez más, el delincuente era introducido en una bolsa de cuero y arrojado al mar. Y en la actual Turquía, durante aquella época se prohibió porque, dicen, promovía la sedición.

En 1570 había en El Cairo dos mil cafeterías donde se recibía a los clientes en sofás, se jugaba ajedrez y se conversaba sobre arte, ciencia, religión y política; se admiraba a las bailarinas o cortesanas encargadas de divertir a los visitantes. Tan importante era el café que una mujer podía pedir el divorcio por falta de café y su transporte sin tostar o cocer era terminantemente prohibido, so pena de recibir castigos corporales que podían incluir la prisión, los azotes y la mutilación.

El monopolio árabe duró cerca de un siglo y gracias a un hurto realizado por un monje, se comenzó su cultivo en las montañas de Chikmagalur, del suroeste del subcontinente hindú y de ahí se diseminó por el resto de Asia.

El café irrumpe en Europa en el siglo XVII, en un principio mediante los jardines botánicos y los naturalistas. La primera planta en suelo del viejo continente fue transportada por Próspero Alpini hacia Padua desde Egipto entre 1580 y 1586; después llegó a Venecia y el resto de Italia. En Francia, fue Solimán Aga, un embajador turco durante el reinado de Luis XIV, quien introdujo a la realeza en el hábito del café, con una preparación turca tradicional y mediante una ceremonia árabe del café, coincidente en algunos puntos con la del té japonesa; de inmediato fue adoptado por la corte de Versalles, tanto que a quien se le atribuye mezclar por primera vez el café con azúcar y leche.

A la partida de Solimán Aga, algunos armenios establecieron las primeras cafeterías francesas y dieron a conocer un arte desarrollado en su patria: la lectura de la borra del café o cafeomancia. 

Se cuenta que a finales del siglo XVI, el Papa Clemente VII decidió probar esa bebida que se intentaba prohibir por ser vicio de los musulmanes. Los sacerdotes le decían que ’el café es una invención de Satanás, es una trampa del diablo y los cristianos corren el riesgo de caer en ella perdiendo su alma’, y en apoyo de ello argumentaban que el demonio había prohibido el vino a sus seguidores porque era santificado por Cristo y utilizado en la sagrada comunión y en sustitución le había dado esta diabólica mezcolanza negra, que ellos llaman café.

El Papa curioso decidió investigar e hizo que le sirvieran una taza y tras  saborearla dijo: Esta bebida de Satanás es tan deliciosa, que sería una lástima dejar a los infieles la exclusiva de su uso. Vamos a chasquear a Satanás bautizándola y así haremos de ella una bebida auténticamente cristiana. No obtante, algunos  cristianos recalcitrantes, a pesar de la bendición papal de Clemente VII café, sostenían que su consumo convertía en turco infiel y era camino seguro para condenarse a la eternidad.

Continuará....

 

 

Referencias: " El libro del amante del café"- Michel Vanier / "Sabores que saben"- Alejandro Arribas Jimeno/ "Enciclopedia del Gourmet"- Jesús Llona Larrauri.

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