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FRANZ

LOS SALUDADORES

LOS SALUDADORES

Entre la denominada “gente oscura” y “gente de luz” ( Dueños de las tormentas, hombres del rayo, campaneros, loberos, zahoríes, curanderos,…), ha existido un  grupo diferenciado, no exclusivo de España, especializado en curar la mordedura de perros rabiosos ( hidrofobia) tanto humana como animal, y que recibieron el nombre de “saludadores”,  es decir, que daban salud.

 

El “saludador”, presente durante el periodo comprendido entre el siglo XVII y principios del XX, en casi toda España, y especialmente abundantes en Galicia, Navarra, y País Vasco, reunía alguna de las siguientes condiciones:

 

- Ser el séptimo hijo de un matrimonio que hubiera procreado solamente varones.


- Nacer en Viernes Santo, a las tres en punto de la tarde, hora precisa en la que murió Jesús, o bien en Nochebuena, en el día de San Juan o en el día de Santa Catalina.


- Poseer ciertos signos físicos que aparecen en su paladar (la rueda de Santa Catalina, la cruz de Caravaca), o bien en su lengua o debajo de ellas en forma de crucifijo, o en su mano, o por último, en su cuerpo, en forma de media luna.


- Por ser presuntos descendientes de Santa Quiteria, abogada de la rabia.


- Aquellos que lloran tres veces en el vientre de su madre, y ésta guarda su secreto.



y gozaban de las siguientes gracias:


- Poder soportar el fuego sin quemarse


- Curar con la saliva, con el soplo , y en todo caso, con el contacto directo, “saludando” con el aliento al ganado o una persona, en nombre de Dios para preservarle de toda enfermedad o imponiendo las manos sobre el doliente.

 

- También en algunos lugares se consideraba tenían la capacidad de amainar las tormentas y el granizo, por lo que eran especialmente apreciados en la campiña.


Había “saludadores” en todas las villas que se estimasen un poco y fueron especialmente abundantes en Galicia, Navarra y el País Vasco, y también Madrid . Se comprometían a curar la rabia. Para hacerlo, invitaban al enfermo a echarse sobre un camastro, y luego le embadurnaban los labios con saliva, echándoles el aliento por toda la piel. Eran hombres que tenían, por lo general, una alta consideración social. Los “saludadores” eran llamados “hombres santos” cuando curaban, pero si fracasaban pasaban a ser “endemoniados” o “endiablados”, con las consecuencias que os podéis imaginar.


Lo cierto y sorprendente, es que entre los “saludadores” habían embaucadores, pero otros en cambio eran sanadores reconocidos, y hacían de ello una verdadera profesión y, tanto es así, que como tales figuraban en los empadronamientos municipales y en documentos parroquiales.


La Iglesia como era de esperar, se opuso con diversos decretos a estas creencias, desde un examen previo a sus habilidades (reconocimiento explícito de que podían curar), hasta la excomunión a aquellos que utilizaran sus servicios.


Referencia: “Testigos del prodigio”—Jesús Callejo y José Antonio Iniesta

 

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