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FRANZ

MAQUILLAJES MONSTRUOSOS

MAQUILLAJES MONSTRUOSOS

Hubo un tiempo en que todo era artesano, hasta el cine, especialmente en lo referido a efectos especiales/maquillaje. Así los monstruos clásicos, como Drácula o Frankenstein (más tarde supimos que el monstruo no era él, sino  quienes lo rodeaban), que cuando fueron vistos en cine por primera vez aterrorizaron al personal, hoy, tiempos de gore y apabullantes efectos especiales a base de ordenador, no dan miedo ni a un niño de pecho.  


Como homenaje a aquellos tiempos, que no volverán, me ocuparé brevemente de uno de los iconos del cine clásico de terror: Frankenstein. 
 


Y nada mejor para empezar a hablar de Frankenstein, luego veréis porqué, que citar a un actor clásico ligado a los primero tiempos cinematográficos de “Drácula”: Bela Ferenc Dezso Blasco, artísticamente conocido como Bela Lugosi, nacido el 20 de octubre de 1882 en Lugos, Hungría.

   

En 1927 , ya en los EEUU, tras actuar con éxito en obras teatrales en su Hungría natal y y en Alemania, a Bela Lugosi se le presenta la gran oportunidad de interpretar al personaje inmortal creado por Bram Stoker,”Drácula”, en una versión teatral que recorrerá el país y Canadá con un éxito inmediato, y que  interpretará durante tres años. En 1931 protagoniza para la Universal, la versión cinematográfica de la novela, en donde Lugosi puede expresar todo lo que había aprendido durante los 30 años de profesión: las expresiones faciales, los gestos y una elegancia, que le convierten en uno de los grandes.

Pero dejaremos para otra ocasión la apasionante vida y la triste muerte de Bela Lugosi en Los Ángeles el 16 de agosto de 1956, sin dinero, casi sin  trabajo, alcohólico  y enganchado a la morfina, para ocuparnos de lo que fue el gran error de su vida y el gran acierto de otro gran actor: Boris Karloff. 

Bela Lugosi no quiso interpretar la versión cinematográfica de la obra teatral “Frankenstein” basada en la novela de Mary Shelley que preparaba la Universal. No le interesaba un papel  que ocultaba su rostro bajo una gruesa capa de maquillaje que lo haría irreconocible para su público, y  que además ni tan siquiera tenía diálogo. La oportunidad sí la aprovechó William Henry Pratt, nacido el 23 de noviembre de 1887, en Camberwell, Londres (Inglaterra), de nombre artístico Boris Karloff.


El flemático y voluntarioso Karloff, no se imaginaba que el proceso de maquillaje de Frankenstein, ideado por Jack Pierce, jefe de maquilladores de la Universal, iba a ser más monstruoso que el propio personaje.
 


La parte plana de la cabeza, hecha de plástico y con peluca incorporada, era colocada sobre la cabeza del actor, y la frente, cara y cuello eran construidos gradualmente por medio de finas capas de algodón y líquidos adhesivos, con capas de grasa para obtener los poros de la piel. Las Famosas “tuercas”, que no eran tuercas sino enchuhes, ya que era un monstruo eléctrico y su fuerza vital provenía de la electricidad, eran sujetas al cuello con más algodón y adhesivo.
 


Para quitarle vivacidad a la mirada, y darle aspecto velado y casi muerto, se le lastraron los párpados con masilla y látex, y unos alambres sujeto en los bordes de la boca la mantenían hacia fuera y abajo. La cara, inicialmente de color blanco cadavérico, por problemas de iluminación tuvo que ser gris azulada. 
 


Con el proceso de  maquillaje de la cabeza, que duraba cuatro horas, no acababa el suplicio. Para completar su físico, vestía un traje con doble relleno bajo la vestimenta del monstruo, que en pleno verano californiano, sin aire acondicionado y sin trajes   refrigerados, acababan empapados tras una hora de trabajo bajo los focos, y tenía que cambiarse con un traje extra, que a menudo aún estaba húmedo de la vez anterior. De manera que la mayor parte del tiempo se sentía como si vistiera una mortaja viscosa, lo que quizás sirvió para dar realismo al personaje.
 


Y la cosa no acababa ahí, sino que llevaba piezas de acero en su espalda, brazos y piernas para reducir la movilidad, y sus botas de asfaltador, que pesaban seis kilos cada una, llevaban plataformas para aumentar más su altura, una impresión que era potenciada acortando las mangas y las perneras del traje del monstruo deliberadamente. Completado el proceso alcanzaba los 2,10 m de altura (aun poco para los 2,50 m. especificados por Mary Shelley), y había ganado 25 kilos.


Eran tiempos artesanos para actores artesanos.


Referencia: “Monstruos sagrados” Doug Bradley
 

 

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