Blogia
FRANZ

NEGRA COMO SU CONCIENCIA

NEGRA COMO SU CONCIENCIA

Hoy en día, cualquier pobre diablo con poco dinero, tiene, usa, abusa y se endeuda con una tarjeta de crédito “clásica”. Otros pobres diablos, pero con algo/mucho más de dinero, alardean con otras tarjetas , “oro” o” platino”, creyéndose estar a la diestra del Dios Padre. Sepan esos infelices, que su “oro” y su “platino”, son la risa de aquellos que tienen el dinero a espuertas, que ahora utilizan la American Express “Centurión”, popularmente conocida como “La Negra”.

Los pocos que la han visto aseguran que tiene anatomía de titanio y viste un esmoquin de negro riguroso. Mide 8,5 x 5,3 cm y pesa más que la de plástico. Viaja en las carteras de las personalidades –finanzas, deportes, política, show business– más poderosas del mundo. Es la ganzúa mágica que abre todas las puertas, el bálsamo que soluciona todas las emergencias, la fórmula que materializa los sueños más extravagantes. Esta lámpara maravillosa del nuevo milenio se llama Centurion (pronúnciese con acento en la u), tiene el perfil de un romano imperial como logo y es la tarjeta de crédito más superlativa del universo. No tiene límite de gasto. No tiene fronteras para la imaginación: dar de comer a tiburones en Bora Bora, jugar al golf con Tiger Woods antes del Open Usa en Saint Andrews (donde cortan el césped con tijeras) o hacer un vuelo con gravedad cero con un señor que en 1969 viajó a la Luna, o sea, Buzz Aldrin. Éstos sólo son algunos de los menesteres rutinarios que ha de solventar.

Centurion fue creada en 1999 por la empresa estadounidense de servicios financieros y viajes American Express para premiar y distinguir a los clientes de las tarjetas Premium, Oro y Platino (pura bisutería), que ascendieron al escalón más alto y manejan los hilos del tinglado global. Porque entre la elite también hay clases. Babeante y estupefacta, la pobre plebe la conoce como “ La Negra” –black card en inglés–, «un color elegante que era lo más in en los desfiles y en la alta costura cuando la lanzamos», relatan desde las entrañas de la compañía. Poseerla supone caminar sobre las aguas de la opulencia, jugar y conocer las grandes ligas del dinero, gozar de barra libre en un entorno de lujo, glamour y posibilismo. Si Moisés hubiera tenido una, hubiera abierto paso a los judíos a través del Mar Rojo sin intermediación divina.  


Para no ser profeta en su tierra (American Express nació en Búfalo, Estados Unidos, en 1850), la primera Centurion se lanzó en Reino Unido en 1999. Le siguieron inmediatamente Estados Unidos, Alemania y Hong Kong (2000), Suiza y Japón (2002), México (2003), Australia (2004) y Francia, Italia, Holanda, Suecia y España, el 15 de octubre de hace tres años. «También tenemos titulares en Arabia Saudí, Kuwait o Emiratos Árabes, pero ellos llegan a Centurion como clientes en Estados Unidos o Reino Unido, puesto que no tenemos logística en esos países para emitir tarjetas», afirma Juan Pablo Vivas Benker, director de marketing de AmEx (contracción o nombre abreviado de la empresa) en España. Próxima estación: ¿Taiwán? Aún es pronto para saberlo.  


Para entrar en el Club Centurion y ser titular (o holder en su jerga) sólo se accede a través de una invitación cursada por la compañía que la expide. La cúpula en pleno de American Express se reúne para decidir quién es el nuevo privilegiado con tal honor, tras comprobar tanto que reúne todos los requisitos económicos como que se ajusta al perfil pretendido. Salir en la lista de Forbes y estar en los papeles ayuda. Condiciones previas: en Estados Unidos tiene que gastar al año más de 200.000 euros a través de American Express, además de tener una intachable trayectoria crediticia. Luego sólo se tienen que aflojar 2.000 euros anualmente para estar al corriente. En Estados Unidos se ha de pagar un recargo de más de 500 dólares (363 euros) por cada persona autorizada (esposa, hijos, etcétera). El afortunado recibe en su casa un kit de cuero de la mejor calidad, al menos en España, que envuelve la carta con la bienvenida del presidente, y un tarjetero que aloja con mimo, como un marsupial, a la Centurion. Dicho presente puede variar en función del país y su cultura. 


Desde el momento que se recibe, la negra acciona un seguro de vida con muchos ceros. Aparte de lo desahogado de la cuenta corriente, hay que estar involucrado con la vanguardia: una existencia cosmopolita y refinada, cierta querencia por tendencias en gastronomía, ocio, moda o arte, compromiso social, codearse con la crème de la crème o pasar muchas horas de un lado a otro del mundo, ora en yate ora en avión, son algunas de las bazas para ingresar en la secreta sociedad Centurion. A cada nuevo candidatable, como ahora se define en horrible palabro, se le examina con microscopio. «Tenemos una lista importante que estudiamos minuciosamente», alerta Vivas Benker. Parece que los nuevos ricos de torpes maneras, cordilleras de ladrillo y caviar sobre pan Bimbo no dan la talla para merecer el titanio.  


No sueltan prenda con las cifras, pero en España pudieran ser más de 300 los centuriones. Divos del deporte, dioses de la ingeniería, arquitectos estrella... Para acertar con conjeturas y quinielas hay que apuntar altísimo. También hay perfiles más prosaicos. Como los nidos vacíos o parejas de colosal poder adquisitivo, inquietudes culturales, paladares exquisitos y vástagos que emigraron hace tiempo. Ellos forman un nicho de mercado que se corresponde con la filosofía de la tarjeta. A por ellos van.

La Centurion apareja un estilo de vida brutal, inaccesible, pantagruélico y exclusivo a los ojos del resto de los mortales. Esta comunidad pequeña y diversificada de 17.000 titulares en todo el orbe –que incluye en el mismo saco a Bill Gates, Britney Spears, Brad Pitt o Amancio Ortega–, no quiere lo mejor: exige lo óptimo. Para ello se despliega todo un servicio de logística que satisfaga cualquier necesidad, un equipo preparadísimo que activa la burocracia de lo imposible. Cada cliente dispone de un asistente personal para cuestiones relacionadas con estilo de vida (leisure en inglés) y otro para viajes y sus derivados. Tras una entrevista en la que se desentrañan los gustos, hobbies, pasiones y necesidades del cliente, los personal assistants ya saben cómo deben estar prevenidos y qué teclas habrá que pulsar para satisfacer al cliente, 24 horas al día y 365 días al año. Y lo que les apetece no suele ser una pizza con alcaparras.  

La división de life style aconseja en cuestiones como las añadas del mejor Tokaj húngaro, la nueva colección de otoño de Dior (patroneada por Lagerfeld) presentada en el Grand Palais de París, un concurso de saltos de hípica en La Coruña o la apertura de una galería de arte en Miami. Los agentes de viajes se encargan de todo lo relacionado con preparativos, billetes y clases disponibles en determinados vuelos, suites en destino, reservas en restaurantes y actividades colaterales.  

El trámite no distaría mucho de ser el siguiente: el señor Fernández –de segundo podría ser Tapias– llama al número 900 que American Express habilita para sus titulares Centurion. El cliente se identifica, da una clave y detalla el número de su tarjeta. Al otro lado del teléfono, y sin que hayan pasado más de 20 segundos, al señor Fernández le han pasado con Adrián, su particular ángel de la guarda. Entre los dos pactan la agenda: por la mañana y en la urbanización de lujo donde vive el señor Fernández tres Mercedes de alta gama con sus respectivos chóferes recogerán sus maletas y las de su familia. Posteriormente acudirán a una tienda (que cerró sus puertas al resto de público) de la madrileña calle Ortega y Gasset y así comprar algo que ponerse. Más de lo mismo, pero en alguna lujosa joyería de la calle Serrano. Cuando lleguen al aeropuerto se olvidarán de los engorros y las colas de facturar maletas. Pasarán a la sala vip lounge –de las 450 con las que Centurion tienen acuerdo en todo el planeta– antes de embarcar en primera clase en un Airbus reluciente rumbo al aeropuerto de Schipol, Amsterdam. Tras el repostaje y la escala, despegarán hacia Johanesburgo, donde un equipo Centurion les espera. Unos Hummer 4x4 les conducirán hasta un Lodge de lujo acodado en una reserva cuajada de fauna. Pertrechados con carabinas y cananas que les suministra la gente de American Express, abatirán un par de piezas, montarán en globo, se relajarán en un spa con el agua sazonada de rosas rojas y contemplarán el atardecer en un yate con 12 tripulantes en la isla de Zanzíbar. Y lo que se les ocurra por el camino. A todo lo anterior se puede sumar una parafernalia de violinistas –o mariachis o ex compañeros de colegio– para que una pedida de mano al borde de las cataratas Victoria sea perfecta.  

Seguro médico. Pero hay veces que la cosa se tuerce. Si durante la estancia se presenta cualquier contingencia en forma de accidente o emergencia médica, todo está preparado. No sólo se calcula al milímetro la exquisitez. También hay que estar prevenido para fatales desenlaces o tragedias que pueden sobrevenir si no se actúa con diligencia. «Nuestros titulares pueden sufrir un percance y necesitan respuestas rápidas. No quieren llamar al seguro y esperar a ver qué pasa. Pueden estar esquiando en Aspen, Colorado, o navegando en las Seychelles y de repente se caen y se rompen una pierna. O algo peor», cuenta Vivas Benker, que evoca episodios de repatriaciones de cuerpos y otros hechos luctuosos. «Para este tipo de cuestiones contamos con otra división, digamos llamada de emergencias. La Centurion además de lujo, va mucho más allá». Y si la tarjeta se extravía o es robada se pone en marcha un protocolo de seguridad al instante.

Entre la gente de American Express y los clientes se establece un vínculo que rebasa la linde meramente profesional. Ellos conocen deseos, emociones, íntimas aspiraciones y aspectos relacionados con su círculo familiar. Saben qué vino les encanta, qué alergias tienen sus hijos o en qué casino les desplumaron una fortuna.  


Por eso exigen un perímetro de silencio sobre sus actividades. Puede que pasen una velada romántica en el restaurante The Waverly Inn de Nueva York (no es caro, pero la reserva es para 2010 y en la mesa de al lado charlan Robert de Niro y Joe Pesci) o se zambullan en un trasnoche de frenesí en el Radisson de Papeetee, en Polinesia… Y no precisamente con sus maridos o esposas. Y embriagándose no precisamente con la brisa marina. «No hacemos preguntas a los titulares. El único límite que tiene la tarjeta es que lo que nos pidan no quebrante la ley», asegura el director de marketing, que calla mucho más de lo que puede recordar.

 

Por el lado excéntrico, algunas peticiones rivalizan entre sí por ver cuál de ellas gana en el concurso de lo más extravagante. Las más normales suelen ser del tipo palcos para el concierto de Año Nuevo en Viena, entradas para un Madrid-Barça o sillas a pie de pista para ver a los Lakers: «Si no está disponible lo que piden, porque muchas veces hay titulares que se adelantan a otros, se les busca otra ubicación. Lo suelen comprender porque al final lo que quieren es estar en el evento. Con las reservas de habitaciones de hotel no suele haber problemas porque siempre hay alguna suite bloqueada. Lo que tampoco vamos a hacer es sacar de la cama a alguien o compensarle para que deje libre una habitación con el fin de cumplimentar a un cliente nuestro», explica Vivas Benker.

 

Centurion tiene acuerdos con empresas como Delta Airlines, hoteles Mandarin y Hyatt, empresas de alquiler de jets, restaurantes bajo el sello Relais & Châteaux y una retahíla mercantil que necesitaría un párrafo entero. Cada vez que se utilizan sus servicios se acumulan puntos. Si en algunas compañías las tarjetas de fidelización premian con sartenes o juegos de toallas, en Centurion, y una vez alcanzado el saldo acordado, puede que los guardias de seguridad de la urbanización avisen al titular de que tiene un Mini personalizado esperando en la puerta.

Todos los clientes tienen algo en común. Reciben cuatro veces al año la publicación Centurion Magazine. Impresa con un gramaje de papel y una cuatricomía impecables, la revista da ideas para los que aún no se deciden a que un chef francés les prepare, en su propia casa, una tortilla liofilizada, deconstruida y presentada en una nube de nitrógeno. Los artículos, condimentados con anuncios de relojes o empresas de alquilar yates, versan sobre las mejores villas vinateras del mundo o la apertura del hotel The Chedi Chang Mai, en Tailandia. .

 

Pida lo que pida. Por pedir que no quede. AmEx Centurion cuenta con tal amplísimo elenco de empresas y proveedores que resulta difícil sorprenderles. Sólo así se explica que la nueva colección de Louis Vuitton te la muestren en el salón de tu casa, meses antes de que llegue a los escaparates de los Campos Elíseos; o que encuentren un loro que hable inglés para un cliente que lo pidió en su viaje ¡a Rusia! Si los niños se han encaprichado de dos cachorros de la película 101 Dálmatas, no hay problema: llegarán como regalo para su fiesta de cumpleaños. Y no los trae Cruella de Ville porque Glenn Close está rodando. Si lo que necesitas es una bolsa de golf, no hay por qué preocuparse: te abren la sección de Deportes de unos grandes almacenes a las 4 de la mañana. Si has viajado a ver la Eurocopa y te has dejado las entradas en tu casa (lo de siempre), los de Centurion irán a por ellas y te las llevarán a la puerta del estadio antes de que el árbitro pite el inicio. También harán cola para que J.K. Rowling firme tu ejemplar de su último Harry Potter. ¿Sorpresas en San Valentín? Son la especialidad de la casa. La novia de un titular recibió un regalo maravilloso cada dos horas el día de su cumpleaños. El mérito es que el novio estaba en Estados Unidos y ella en Filipinas. Incluso una charanga española puede rondar a una feliz enamorada… debajo de su casa en Londres.

 

 Referencia: "Magazine El Mundo" - La Negra: Sin límite de gasto- Javier Caballero 

0 comentarios