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FRANZ

UNA ALOCADA HISTORIA DE BO(r)BONES

UNA ALOCADA HISTORIA DE BO(r)BONES

Acabada la galería de frikis que fueron los reyes españoles de la Casa de Austria, hay un rayo de esperanza en España con una nueva dinastía gobernante, la de los Borbones,  que pronto se acaba cuando a lo largo del tiempo, sin hurtarles sus aciertos, que los tuvieron, se vuelve a más de lo mismo, y hasta peor en lo que a salud mental se refiere.

 

La dinastía de los Borbones empieza cuando en el año 1720, es nombrado rey de España el duque de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, con el nombre de Felipe V, un jovenzuelo no muy alto, rubio y de ojos azules, y con un carácter tan abúlico y retraído que hasta llama la atención del prestigioso médico Helvecio, que se interesa por él como caso clínico. Es que el Borbón llevaba en sus venas un cuartillo de sangre Austria con toda su perturbadora herencia genética, pues era biznieto de Felipe IV. Además era hijo de una esquizofrénica y nieto de una loca, así que también esta familia sufría las taras resultantes de la consanguinidad de sus antepasados. Para colmo no hablaba ni una palabra en castellano, detestaba la gastronomía española y las corridas de toros le reconcomían (algo bueno tenía la criatura).

 

Los Borbones del siglo XVII fueron proclives a las depresiones y a la locura, y a muchos de ellos les dio por joder a calzón quitado,que es, como se sabe, fijación de los bobos. De Felipe V, que, además,  era extremadamente religioso, escribió su ministro Alberoni: “Sólo necesita un reclinatorio y una mujer”; y otro observador: “Pasa dos veces al día de los brazos de su mujer a los pies de su confesor.”. Este freno de la religión y un cierto sentido de la decencia hizo que Felipe V y los otros Borbones del siglo XVIII, fueran fieles a sus esposas. Solamente a partir de Fernando VII, ya en el siglo XIX, les da por el puterío, por las queridas y por las cómicas.

 

Felipe V tuvo un primer reinado que duró hasta 1724, año en que loco de atar , a  muchos les pareció natural y hasta conveniente que abdicara en su hijo y heredero Luis I, pero el nuevo monarca, delgado, rubio, gran nariz borbónica, bailón, juerguista y compulsivo cazador, había salido tan lelo como el padre. La esposa que le buscaron no enmendaba el cuadro. Era una francesa poco agraciada y algo contrahecha pero tan desinhibida y graciosa que no tenía problema alguno en eructar o tirarse pedos en público, con gran quebranto de la etiqueta palaciega. También solía exhibir sus encantos, en transparente negligé, ante criados y visitantes. El embajador francés, obligado por su cargo a ejercer como detective de conductas conyugales, comunicó a París sus sospechas de que la joven pareja no hacía vida marital “por incapacidad del rey, ya que la reina traía aprendido de París todo lo necesario”. El nuevo rey no era incapaz, lo que ocurre es que no aguantaba a su mujer y prefería desfogarse en ventas y burdeles a los que acudía disfrazado de chulo madrileño ( gusto por los usos populares que se manifestará también en otros Borbones) . Probablemente fue una suerte para España que el nuevo monarca muriera de viruelas, a los diecisiete años, ocho meses después de ocupar el trono.

 

Pero volvamos a Felipe V, convertido en un viejo melancólico , apenas aliviado por los cantos del contratenor Farinelli, sí el de la película, un castrado italiano al que nombró su ministro. Por cierto que Farinelli mantuvo su puesto en el siguiente reinado, con Fernando VI, pero cayó en desgracia con Carlos III al que “solo le agradaban los capones en la mesa”.


El segundo reinado de Felipe V (1724—1746), fue un auténtico despropósito. El rey en plena locura, se imaginaba que al salir a caballo, el sol le atacaría la cabeza y le mataría. Se negaba a dejarse afeitar o cortar el pelo y las uñas. Sus cabellos sobresalían de su peluca, que no se quitaba nunca. Vestía con andrajos y no era infrecuente verlo sin pantalones o con el culo al aire, si alguien no le sujetaba con alfileres los zarrios en los que se había convertido su vestimenta. Se mordía los brazos porque se creía muerto, preguntando por qué no lo habían enterrado o bien afirmaba que carecía de brazos y piernas. Ordenaba abrir las ventanas en los días que helaba y cerrarlas en pleno verano, o bien despachaba de noche diciendo que era día. Tenía siempre una pierna hinchada fuera de la cama y la movía sin cesar. Cuando no se creía muerto, pensaba que lo habían envenenado o que había sido transformado en rana y entonces soltaba unos alaridos horrorosos que espantaban a todo el palacio. Una noche de 1738 se levantó y quiso huir en camisa y descalzo. Su locura de entonces consistía en imaginar que querían envenenarle con una camisa, de modo que sólo utilizaba las de su esposa Isabel de Farnesio después de haberlas llevado ella. Cuando trataron de impedir que se escapara , golpeó a una camarera de palacio y a la propia reina, quien le sermoneó por tan feo comportamiento, amenazándole con no volver a acostarse con él. Lloró entonces Su Majestad durante todo el día y se negó a despachar con sus ministros.


El primer Borbón español, murió el 9 de julio de 1746. A la capilla ardiente acudió el pueblo curioso y macabro, que estamos en el país de los grandes entierros, y se juntó tan apiñada muchedumbre que “en la sala malparieron dos mujeres y a otra sacaron un ojo, siendo todo accidentes sensibles”

 


Referencias : “La historia de España contada para escépticos”—Juan Eslava Galán / “Los Borbones en porretas” – Fidel Balés— Sònia Cebrián—Paco Espiga – Jaume Oliveras - M. Àngels Pagès – Anna Puig – Joan Vall – Dani Vilà – Joan Villarroya / “La vida privada de los Borbones” – Manuel Ríos Mazcarelle.

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