LAS VIRTUDES DEL TABACO
En los últimos años, fundamentalmente debido a las directrices políticamente correctas del "amigo americano", el tabaco ha pasado de ser uno de los productos más extendidos en nuestra cultura, de considerarse un auténtico sello de personalidad y/o de virilidad, a verse totalmente denostado, vilipendiado, señalado como fuente y causa de todo mal. Se ha sustituido la publicidad en los medios de comunicación por las advertencias sanitarias con estética de esquela en los paquetes; se ha erradicado el cigarrillo del cine y de la televisión, donde ni siquiera los malos fuman; ha alcanzado un súbito éxito el concepto de fumador pasivo y las molestias y riesgos que reporta a los no fumadores. De esta manera, se ha pasado de golpe a considerar que fumar es una conducta irrespetuosa en público y deplorable y arriesgada siempre. Se espera que desaparezca de nuestros locales sociales o laborales el clásico tufo a cigarrillo gracias a regulaciones que señalaron, primero, áreas restringidas para los viciosos y que pronto los expulsarán de todo espacio cerrado y compartido para mandarlos a fumar a la intemperie. A donde se les mandará a los apestados sociales tras la intemperie, está en estudio.
Dicho lo cual, y sobre la malignidad del tabaco y de los fumadores, no escribiré ni una palabra más, bastantes hay ya, y sí en cambio algo de su historia y de sus virtudes, fantásticas o reales, que históricamente han sido y son. Y que cada uno se quede con su copla.
La primera descripción de un fumador es del mismo Cristóbal Colón en un apunte que el Almirante hace en su diario, un 6 de noviembre del año de 1942. Dice el texto . "...Iban siempre los hombres con un tizón en las manos (cuaba) y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta hoja seca también a manera de osquete..., y encendido por una parte del por la otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes... llaman ellos tabacos". Queda como anécdota y Colón no le da más importancia.
El tabaco , al que los indígenas llamaban cohivá, no solo se fumaba, sino que se mascaba. Para lo primero utilizaban tubos de barro o de madera que llenaban con la hierba picada. Otra forma de utilizarlo era reducir la hierba a polvo o picadura que aspiraban por la nariz.
Dicen que primeras hojas de tabaco las introdujo en España el soldado y aventurero español Rodrigo de Jerez, iniciando su consumo, ya picadas en forma de rapé, ya liadas en cigarros puros. En palabras de su mujer, que por lo visto quería buscarle la ruina, refiriéndose a su esposo dice: Rodrigo "Traga fuego, exala humo y está seguramente poseído por el demonio". Sevilla fue la primera ciudad europea en donde se fumó en público. Curiosamente también fue en Sevilla donde se prohibió por primera vez esa práctica. Apoyándose en bulas papales, y ordenanzas reales, se alegaba que fumar aturdía los cuerpos y enflaquecía la voluntad, entorpeciendo las almas.
Un médico sevillano, nacido en 1493, Nicolás Monardes, fue el primer escritor científico en alabar el tabaco, atribuyéndole virtudes curativas, e introduciendo aquella planta entre las beneficiosas para la salud. Esta alabanza del tabaco l hace el famosos doctor en su "Segunda Parte del "Libro de las Cosas que ese traen de nuestras Indias Occidentales que sirven de Medicina, do se trata del Tabaco, del Cardo Santo y de otras muchas Yerbas que han venido de aquella parte...". La obra se imprimió en 1571, y en ella afirma de forma peregrina que el tabaco, tomado en un caldo producto de sus conocimientos, aliviaba la artritis y curaba el mal aliento; y mascándolo hacía desaparecer la jaqueca y el dolor de muelas.
En Francia lo introdujo J. Nicot, el embajador francés en Lisboa, del que deriva el nombre botánico de la planta ( Nicotiana) y el término con el que se designa al alcaloide al que se atribuye la querencia dependiente del fumador por el cigarrillo. Fue el apóstol incansable de las supuestas virtudes curativas de la planta, y quien lo presentó en la corte de la reina Catalina de Médici, quien fue la primera en aspirarlo en polvillo, y quien lo recomendaba vivamente. Se llamó e Francia "planta de la reina", y, gozó de gran popularidad. Empezó a correr el mito de que el tabaco era un curalotodo, un prodigio médico...., y tanto entusiasmó que la reina de Francia los administraba al rey Carlos IX durante su minoridad, para curarle, decía ella, "los humores". Toda la Corte imitó a la Reina madre, y el tabaco se colocó en un lugar de prestigio.
No pasó lo mismo en Inglaterra, donde lo había dado a conocer el pirata Walter Raleigh, a principios del siglo XVIII. Jacobo I escribió en sus contra un famoso panfleto en 1604, "Misocapnos", donde llamaba al tabaco " imagen viva del infierno, esta hierba que marea". Pero a pesar de aquella observación regia, el tabaco gozó del favor popular y cortesano. No así en las colonias inglesa de Norteamérica, donde los puritanos de Massachussets o de Connnecticut, hacia 1644, lo prohibieron por varias razones, entre otras por el peligro de incendio que suponía. Sólo se permitía fumar en casa, y una sola vez al día.
No tardó el tabaco en introducirse en toda Europa y en sus colonias del Pacífico, y, en el siglo XVII, llegó a China, Japón y la costa occidental de África.
No deja de ser curioso el uso medicinal, a lo largo de más de 300 años, del tabaco, propagado como hemos apuntado, por entusiastas del tipo de Monsieur Jean Nicot. Se utilizó tópicamente como antiséptico, como remedio para picaduras de reptiles e insectos, como analgésico, en la neuralgia, en la gota, como estimulante del crecimiento del cabello, en el tétanos, en el tratamiento de la tiña, en úlceras cutáneas, como cicatrizante. Nicot popularizó su uso en una afección dermatológica, el Noli-me-tangere , que en base a su descripción podría corresponder a lesiones cutáneas del lupus, a la sífilis o al carcinoma basocelular. También se empleó como analéptico respiratorio. Se invocaba su eficacia en la malaria y como emético en casos de obstrucción esofágica. Para el tratamiento de la hernia estrangulada se recomendaba tragar por vía digestiva humo de tabaco, y por la nariz para combatir los pólipos nasales. Y la vía rectal era la indicada para el tratamiento del estreñimiento y el sangrado hemorroidal. En el siglo XVII se denomina al tabaco esa hierba que marea". Se le consideraba medicinal, y remedio contra el dolor de estómago-. Incluso se llegó a hacer píldoras de tabaco, y no faltó quien lo consideró panacea para todos aquellos males para los que la razón carecían de remedio farmacológico conocido. Todavía en 1924 se hablaba de que la mezcla de las hojas de tabaco con lanolina era un eficaz desecante, estimulante y antiséptico en cuadros de prurito, tiña, pie de atleta, úlceras y heridas superficiales. Por cierto, que la misma fuente aseguraba que este preparado era excelente para limpiar y abrillantar metales.
Pero no tardó en surgir el peligro que suponía fumar para la salud físíca y moral. Ya hemos visto que Jacobo I lo tenía por grave pecado, e incluso escribió un libro en su contra. Tampoco las colonias americanas lo veían con mejores ojos. En Turquía, el sultán otomano Amorates IV (1611-1640) , en el primer tercio del siglo XVII mandaba desorejar en público a quien osara fumar.Lo mismo mandó hacer el zar de Rusia Miguel Federovich ( 1596-1645), quien amputaba la nariz al infractor de su orden antitabaco. Pero los cronistas del momento aseguran que los castigos no surtían gran efecto: se veía gente gran multitud de gentes desnarigada y desorejada con el cigarro en la boca. El vicio creaba tal hábito, que la gente "enganchada" prefería perder los apéndices auditivos o la punta de la nariz antes que dejar el pernicioso hábito. El papa Urbano VII, en el primer tercio del siglo XVII, prohibió su uso en las iglesias, sobre todo el uso del rapé, o tabaco en polvo, porque los estornudos que provocaba distraían a los fieles en el seguimiento de la santa misa y el sermón. Hacia 1650 fue también prohibido en Sajonia, Baviera, Zurich (donde la curia local incluyó un nuevo mandamiento referido al "no fumarás") y otras regiones de Alemania.
Pero el tabaco, también era un negocio que alimentaba el vicio de poner impuestos, y pronto se confirmó como un gran invento de los Estados para llenar las arcas públicas. En España el tabaco empezó a gravarse hacia 1611 en régimen de monopolio; poco después, en 1632, nacían los estancos.
De donde más beneficio se sacaba era de los cigarros puros, signo externo de riqueza. El cigarrillo fue posterior, de mediados del siglo XVI y tuvo origen humilde: lo inventó al parecer un mendigo en Sevilla, que aprovechaba las colillas de los puros , triturándolas y liándolas en láminas de papel , conociéndose con el nombre de "papelillo". La crisis económica de mediados del siglo XIX lo puso de moda. De España, el cigarrillo pasó a Portugal, de donde se extendió a otras naciones. Los franceses se aficionaron a estos " fumables", como los llamaron en tiempos de las campañas napoleónicas en la Península Ibérica, y en 1820 se hablaba en París de "cigarettes". En 1852 se creó en La Habana la primera fábrica de cigarrillos del mundo. Los primeros se liaron a mano, y no fue hasta 1860 cuando empezó el proceso de mecanización. Ni ingleses ni norteamericanos quisieron prestarles atención, por considerarlos cosa propia de mujeres, pero tras la Guerra de Crimea (1854-1956) las cosas cambiaron, al entrar el mundo anglosajón en contacto con el tabaco rubio, mucho más delicado que el negro europeo.
Y ahora algo bueno y poco conocido. Investigaciones recientes aseguran que el tabaco protege. Aunque resulte tan paradójico como inesperado, protege del cáncer de pulmón, al menos en determinadas circunstancias. Varios estudios convergentes han demostrado que, entre los mineros y los trabajadores que respiran polvo, el riesgo de que el cáncer afecte a sus bronquios disminuye en los fumadores, en detrimento de los no fumadores. La investigación reviste gran importancia y debiera haber sido ampliamente difundida. Por el contrario, ha sido filtrada. Silenciada. En el nombre de una verdad que hoy es sacrosanta: el tabaco produce cáncer.
El tabaco también protege de la enfermedad de Parkinson. Da igual que se fue en pipa, que se fume en puro o cigarrillos: la probabilidad de que se contraiga dicho mal se reduce a la mitad respecto a los no fumadores. Más asombroso todavía: los grandes ex fumadores también se ven afectados, en menor proporción, por el envejecimiento patológico. Por último, parece que el tabaco retrasa la aparición de otra enfermedad neurovegetativa, el mal de Alzheimer. Se ha dado publicidad a la información, pero en voz baja . Posiblemente por otro tabú: el tabaco es una droga que destruye las células nerviosas.
El tabaco potencia la vigilancia. También produce euforia. Según estudios recientes, la nicotina, al adherirse a los receptores colinérgicos de la neurona, favorece la liberación de grandes cantidades de ácido glutámico, una molécula que estimula el sistema limibico; es decir, el cetro del placer del cerebro. Además quita el hambre : Perfecto para los países del Tercer Mundo.... y para la legión de pobres del Primero.
Tras lo cual repito: Que cada uno se quede con su copla, que para todos los gustos hay.
Referencias: " La divina nicotina"-I. Gately / "Historia de las cosas"-Pancracio Celdrán / " Hierro en las espinacas... y otras creencias" -François Feron
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