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FRANZ

EL TRONO ELÉCTRICO

EL TRONO ELÉCTRICO

Todo empezó, un buen día de 1881, muy malo para el borracho protagonista, cuando el dentista Albert Southwick presenció la muerte accidental de un anciano ebrio al tocar los terminales de un generador en Buffalo (Nueva York). Asombrado por la rápida y aparentemente indolora muerte del anciano, propuso al Coronel Rockwell, presidente de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales de Buffalo, la utilización de la electricidad para causar una muerte más humana a los animales. Y lo que empezó siendo un achicharramiento de animales, acabó convirtiéndose en una sillita achicharradora de personas.  

Así pues, el 8 de mayo de 1888 se decidió que la horca debía reemplazarse por la electrocución y que: «La pena de muerte se infligirá en todos los casos provocando el paso a través del cuerpo del convicto de una corriente eléctrica de suficiente intensidad para causarle la muerte, y la aplicación de tal corriente se mantendrá hasta que el convicto haya fallecido.  

Al primero que le tocó la china fue a William Kemmler, condenado a muerte por el asesinato de su esposa . El Tribunal Supremo de los EEUU, ante el alegato de que la ejecución por el nuevo sistema era un castigo cruel e inusual , sentenció que a diferencia de la hoguera, o la rueda en los que el reo era torturado y sometido a una muerte lenta, la legislación del estado de Nueva York evidenciaba una «humana y compasiva intención» sustentada en evidencias científicas que dejaban fuera de toda duda que el paso de la corriente eléctrica a través del cuerpo provocaría la muerte instantánea del condenado.  Tal día como el 6 de agosto de 1890, William Kemmler tuvo el honor de comprobar “la humana y compasiva intención” de la silla eléctrica. 

Hasta aquí todo “normal” tratándose de americanos de los EEUU. Lo anormal, por lo anormal del asunto y por el anormal y regio personaje, es que cuando el Emperador Menelik II (1844-1913) de Abisinia (Etiopía hoy) se enteró, encargó tres sillas eléctricas a los Estados Unidos, para aplicarlo en su país.  El anormal de Menelik II, ya con las tres sillas en su poder, cayó en la cuenta de que no tenía donde enchufarlas, y aun más, que en Abisinia no había corriente eléctrica. El Emperador, tocado de la mano de Dios, pronto encontró la solución a emejante disparate: Usar las sillas como tronos imperiales. Y dicho y hecho, y el Menelik II tan contento sentado en sus imperiales sillas eléctricas. 

La inteligencia de Menelik II , no cesaba de dar pruebas de su inexistencia. Un día le presentaron una maqueta de un puente para su aprobación, y apara probar la solidez del puente no se le ocurrió nada mejor que darle un puñetazo a la maqueta, que naturalmente se hizo añicos, lo que, según él,  demostraba la falta de solidez del futuro puente. Fue necesaria hacer otra maqueta de madera maciza del mismo puente, que  Menelik intentó aplastar de nuevo, sin más resultado que hacerse añicos, esta vez, su mano. Tras semejante prueba de solidez, Menelik II aprobó el puente.  

Pero aquí no acaban las hazañas de Menelik. Encontrándose gravemente enfermo del corazón, sin que sus médicos acertases en sus cuidados, se hizo traer su Biblia particular y, movido por la fé, fue arrancando una a una todas las páginas del “Libro de los Reyes” y se las fue comiendo. Como era de esperar tras tan extraña terapia, Menelik II no sólo no mejoró sino que falleció pocos días después. 

Si tenemos en cuenta  que en la antigua Etiopía, el pueblo elegía como rey a un perro, que era era mimado y estaba rodeado a todas horas por guardias y funcionarios, y cuyo comportamiento y reacciones eran interpretados como mensajes reales que debían cumplirse a rajatabla (Así, si el animal se mostraba alegre, era signo de que el país estaba siendo bien gobernado y viceversa;, y si el perro ladraba o gruñía a algún sirviente o visitante, éste era condenado a muerte) . 

Podríamos decir que  Etiopía sufrió lo que Darwin llamaría una "involución" de la especie , al pasar de ser gobernados por perros listos a  Maneliks tontos de remate.  

Y quien dice Menelik II en general, puede aplicar el cuento a muchos reyes en particular. Que para algo sirve la historia.  

Referencia: “El libro de los hechos insólitos”—Gregorio Doval

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