VARITAS MÁGICAS
En el imaginario infantil de medio mundo aparece, en un lugar privilegiado, esa varita de los magos y las hadas capaz de hacer que las cosas sucedan. No se trata tan solo de un cuento de niños: las varitas mágicas existen desde hace mucho tiempo y ya aparecen en las pinturas rupestres prehistóricas y en el arte del antiguo Egipto. Los druidas de la Europa precristiana presidían las ceremonias religiosas con varitas fabricadas con espino, tejo, sauce y madera de de otros árboles que, para ellos, eran sagrados. Estas varitas se tallaban sólo al amanecer o al atardecer, considerados los mejores momentos para capturar los poderes del sol.
En los primeros tiempos de la Europa moderna, la varita era una herramienta considerada esencial por muchos de quienes practicaban la magia. Según la Clavícula de Salomón, uno de los libros más famosos de la Edad Media, la varita ideal debería hacerse con madera de avellano cortada del árbol de un solo golpe de hacha nueva. Esta idea se difundió rápidamente; de esta forma el avellano pasó a considerarse como la materia prima de la que se hacían todas las varitas mágicas.
El empleo de las varas mágicas pasó a denominarse rabdomancia, palabra procedente del griego rhabdos, que significa vara y manteia, que significa adivinación. De esta forma, rabdomancia era el método que permitía encontrar aguas escondidas, metales y materiales mediante una varilla o péndulo. Hay datos que confirman la existencia de esta práctica desde la antigua China, si bien la eclosión del uso de varillas para detectar minerales y pozos subterráneos se data en el año 1430 y viene representada en un manuscrito alemán de un técnico de minas. Así pues, en sus comienzos, se trató más bien de una práctica orientada hacia la localización de minas de carbón. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII se publicaron diversos libros sobre el arte adivinatorio con varillas y sus aplicaciones en la búsqueda de minerales y de aguas subterráneas.
¿Cómo se practicaba la rabdomancia? El rabdomante o zahorí, castellanización del nombre árabe sauri, que se daba a los adivinadores de objetos ocultos en la tierra, que tomaban por los extremos una rama ahorquillada de avellano, de pie y medio de longitud, grueso de un dedo y de no más de un año. Se cogía cada extremo en una mano, sin apretar, del modo que el dorso mirase hacia delante. Se comenzaba entonces a andar lentamente por los parajes donde se supusiera que había agua, metales o algún tesoro escondido. Una vez encontrado, la varilla se arqueaba para señalar el lugar preciso.
No sólo se empleó el avellano en la elaboración de varas mágicas. Hay constancia del uso de madera de almendro y de endrino. El almendro se ha considerado una planta del aire, regente elemental de la vara mágica en algunas tradiciones. También se consideraba que llevar almendras en los bolsillos conducía a tesoros escondidos. Con el endrino se fabricaban varas adivinatorias y varas de los deseos, utilizadas en todo tipo de hechizos.
Existían otros tipos de varitas especiales. Se elaboraban con madera de ciprés y eran excelentes varas curativas. Se utilizaba esta madera porque el ciprés es símbolo de eternidad e inmortalidad. Se debía de cortar una rama de ciprés lentamente, durante un período de tiempo superior a tres meses. Esta rama, llamada tronco curativo, se empleaba en rituales de sanación: se hacían unos pases sobre la persona enferma tocando la zona afectada y, posteriormente, se metía la punta de la vara en el fuego, para purificarla.
Referencia: La plantas mágicas- María Rey Bueno- Ediciones Nowtilus S.L
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Jemaba -
La petite fadette -
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