EL COITO
La normal y placentera actividad del coito, no siempre ha sido vista con buenos ojos por la medicina.
Los médicos griegos se ocupan poco de ella, como corresponde a una cultura realista que procura mirarse en el espejo de la naturaleza. Les ayuda a mantener esta mentalidad liberal el ejemplo de los desvergonzados dioses de su mitología, que seducen, fornican y violan con aplicación, disfrazándose con frecuencia bajo el aspecto de animales o cosas de lo más insólito, con tal de acercarse a sus víctimas y satisfacer sus lujuriosos propósitos.
Los romanos comienzan a manifestar alarma por los nocivos efectos del sexo. Sin duda, este cambio en la opinión de los médicos, muy manifiesto en Galeno, se debe a la puritana tradición de la vieja República, y como reacción ante los excesos sexuales en que caen los patricios romanos durante la época imperial.
Cuando la tradición judía del Antiguo Testamento se fusiona con la mentalidad romana, esta demonización del sexo se acentúa aún más, adquiriendo todos los prejuicios y complejos de impureza que arrastra en la cultura judía. La síntesis es la feroz misoginia de San Pablo y los Primeros Padres del cristianismo.
Pero, curiosamente, son los médicos árabes los que de forma más insistente atribuyen al coito efectos perniciosos para la salud. Rhazzes, Avicena y Maimónides (judío de cultura árabe), escriben tratado tras tratado sobre los daños que produce el fornicio en la salud, quizás tomando como ejemplo las consecuencias derivadas de los harenes de las clases dirigentes musulmanas.
Los notables del Islam debían practicar el sexo con afición, y sus médicos llamados con frecuencia a consulta para intentar restañar los estragos que las noches de serrallo debían causar entre los caballeros del Islam, entre arrayanes, fuentes, naranjos y docenas de cálidas señoras compitiendo por ser la favorita, sin otra actividad durante el día que acicalarse y pensar en la noche.
Cuando en Salerno y Toledo se traduce al latín medieval toda la literatura médica árabe que, a su vez, contiene en sí el saber grecorromano, caen, sobre el médico cristiano de la Baja Edad Media y el Renacimiento, un aluvión de opiniones que consideran el sexo como muy nocivo y peligroso, que la Iglesia, siempre preocupada por encontrar argumentos contra los placeres en general y sexuales en particular, asume de inmediato sin importarle el origen pagano e infiel de tales opiniones.
Y con esos principios, sobre el coito y sus circunstancias, el médico Francisco Núñez de Coria (Oria) escribe en su Tractado del uso de las mugeres, del año 1572:
No es malo su uso moderado para hombres de complexión sanguínea, con predominio de humores calientes y húmedos, como son los rubicundos robustos y gruesos y que tienen muchos pelos o vello en el cuerpo, en razón de que son hombres de mucha simiente, cuya retención podría causarles melancolía, como dice Galeno. Es en cambio muy malo y perjudicial para los hombres de complexión fría y seca, con predominio de la atrabilis o bilis negra y de la flema o pituita. Estos hombres son magros y de color blanco o aceitunado. Si son melancólicos y tienen los testículos o compañones pequeños y fríos, deben evitar casarse, pues el débito conyugal puede matarlos. La causa en la pérdida de sustancia espermática, que no es una evacuación corriente, como la orina o el sudor, sino la más clara y pura destilación de la sangre, producto de una cuarta cocción o digestión. En el gusto o delectación de su expulsión se derrame no poca copia de espíritus vitales y naturales. El semen es producto ultimado y su pérdida los torna secos , flacos descoloridos, como si cuarenta veces se sacasen otra tanta cantidad de sangre; así lo afirma Avicena.
Los entendidos ya vieron claro que el coito perjudica a todos los hombres. La diferencia radica en la medida del perjuicio, pues hay a quien daña mucho y a quien daña poco: Perjudica mucho a los ancianos, los convalecientes y los de constitución seca. Vimos a un convaleciente que copuló y murió ese mismo día.
Primeramente, daña la vista, ansí como el demasiado vino; después a los nervios y el estómago, que seca y enfría. Finalmente, acarrea presto abrevio de la vida. Lo dice Aristóteles, que le parece pasa como a los gorriones, que son muy lujuriosos y viven sólo un año, como lo demuestra el hecho de que muy pocos dellos tienen negras la plumas del papo, que es señal de vejez en estos animales.
Cuídense sobre todo los que tienen mujeres hermosas y gallardas. Guárdense de ir a ellas en demasía, porque darán en tener gota artética, perlesía, mal de nervios y a morir jóvenes, dexándolas para disfrute de otros.
No daña, empero, a las hembras, porque en la tal obra trabajan poco. Antes bien: el ayuntamiento venéreo aumenta el apetito y delectación de las mujeres porque la humedad de su esperma es compelida a salir con la fricción del coito e si no sale del todo, quiere ser expelida e alanzada otra vez, por lo cual hay gran apetito de más fricación para que salga fuera y sea expelida, y por ende, no hay quien contienda y porfíe con ellas para poderlas satisfacer.
Especialmente, deben guardarse los hombres de él en el otoño, que es tiempo desigual y que declina a sequedad y frialdad, y es tiempo mortal. También el invierno por su frialdad. En primavera es nefasto por las mismas razones que en otoño. En el verano las fuerzas corporales están más robustas en las complexiones húmedas y calientes, pudiendo ser más osados. No así los secos, que en el estío, se secan más. Lo dice Galeno.
En cuanto al momento del día, no conviene después de la repleción en el comer, ni de la evacuación, ni en ayunas, tal como afirma Avicena, ni después del exercicio, ni del baño (si se usa dél), ni de estar en vela o con tristezas. Es nefasto tras el vómito o hacer cámara u orina.
Es menos nocivo cuando el cuerpo haya terminado la segunda digestión o cocción en el hígado; y la tercera, en las venas, esté medio cumplida. Es decir, la hora menos mala es después del primer sueño de la noche.
Por bajo de veinticinco años son los hombres muy poco aptos para ello, por que no han crecido ni embarnecido todo lo que deben y son diminutos y flacos.
Los que son de cuarenta años en arriba tampoco, pues ya no les sobra substancia, y menos en la vejez, que es desde los cincuenta y cinco años. Desvarían los viejos al casar, porque toman mujer para otro.
Referencia: Bestiario médico- Carlos Ferrándiz- Ediciones Eneida
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