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FRANZ

TEJIDOS Y COLORES

TEJIDOS Y COLORES

En la Edad Media, la importancia social del vestido está atestiguada por el gran número de actividades que se refieren al vestir y a la extraordinaria variedad de los tejidos. Además, su fabricación corresponde generalmente a las mujeres: la del campesino cosecha el lino, esquila las ovejas, carda y tiñe la lana ; la del caballero emplea su ocio en hilar, tejer y bordar.

 

Las telas de hilo son las más habituales porque se producen en el lugar: el cainsil, una fina tela de lino con la que se hacen las camisas y las sábanas; el dril, que es una fuerte tela de cáñamo que se emplea para los forros y la vestimenta de trabajo; el fustán, un tejido mitad hilo mitad algodón (el algodón se importa de Egipto o de Italia) que sirve tanto para la ropa como para el mobiliario. La industria de la lana, por el contrario, se halla más localizada (Flandes, Champagne, Normandía, el centro/este de Inglaterra), y la calidad de las lanas es infinita, desde los paños ordinarios de sarga o tirataña, hasta el célebre stanfort —sólida lana inglesa confeccionada en Stanfort— o el magnífico camelino, dúctil, ligero, que imita la lana del camello. Cada ciudad tiene su especialidad en textura, color, dibujos. Los tejidos pueden ser llenos (de un único color), mezclados (de mezclilla), diapreados (con flores y follajes), moteados o rayados de maneras diversas.

 

Esta multitud de variedades se vuelve a encontrar en las sedas, importadas de Oriente, Egipto, Sicilia, y cuyo consumo en Occidente se incrementa fuertemente en el siglo XII. El damasco es diapreado tono con tono; el osterlín con tinte violeta; el siglatón procede de las Cicladas; el bofu de Bizancio, el baldequino de Bagdad. Los más solicitados son el samit, paño espeso y lujoso, el paile, tejido recamado fabricado en Alejandría, y el cendal, tela muy flexible semejante a nuestro tafetán.

 

Como la moda de las sedas, la de las pieles está vinculada al desarrollo del comercio. Las más lujosas se importan de Siberia, Armenia, Noruega y Alemania y son marta, castor, cebellina, oso, armiño y vero. Estas dos últimas pieles son muy cotizadas. La piel blanca del armiño se motea con el pelo negro que adorna el extremo de su cola, y el vero se mezcla con el pelaje de una ardilla denominada «gris»; el vientre suministra el blanco y el dorso su gris azulado. De estas pieles se hace el cuello y el forro de los vestidos de lujo. Sin embargo, las procedentes de la fauna local (nutria, tejón, garduña, zorro, liebre, conejo, cordero) se estiman menos; son cosidas en el interior de las mangas o entre las dos telas de las pellizas. Las más ordinarias, como el conejo, se tiñen de rojo para el adorno de los puños de las mangas y los bordes inferiores de los briales.

 

Y es que la moda tiene sus exigencias cromáticas; la elección de los colores depende de las consideraciones jerárquicas. El más preciado es el rojo —el color por excelencia— del que se sabe crear una infinidad de matices, a partir de plantas tintóreas (granza) o de substancias animales (cochinilla); le siguen el blanco y el verde. El amarillo no se diferencia del oro y sólo se emplea para las piezas grandes. El azul se convertirá en color refinado bajo el reinado de San Luis. Anteriormente, se utilizaba sobre todo para los vestidos ordinarios, como el gris, el negro y el pardo. Las novias visten de colores, el preferido el rojo y nunca blanco.

 

Por regla general, la Edad Media tiene un sentido de los colores más desarrollado que la Antigüedad o la época moderna. Considera cada uno según su grado de luminosidad. Los que desprenden mayor claridad (rojo, blanco, verde, amarillo) son los que más gustan, mientras que se dejan de lado aquellos a los que, por falta de conocimientos técnicos, no se les sabe sacar brillo. Esto lo ilustra el estudio semántico de los términos, que muestra cómo la población medieval veía en el azul un color insulso, en el gris algo sucio o abigarrado, en el pardo un color demasiado sombrío y en el negro una ausencia de luz inquietante.

 

Por su parte, una simbología de los colores también aparece plasmada en los trajes principescos. El rojo, considerado el más bello, era utilizado particularmente, para trajes festivos. El negro, sobre todo en tejidos de terciopelo, representaba el boato orgulloso y sombrío que amaba la época. Las princesas desestimaban el pardo y el amarillo, el primero por feo y el segundo por ser atribuible a gentes de guerra, pajes, criados y muchachas de mala vida. También tenían presente que el color verde simbolizaba el amor, ese invento cortés, y el azul la fidelidad.

                            

Referencia: La vida cotidiana de los caballeros de la tabla redonda- Michel Pastoureau – Ediciones Temas de Hoy

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