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FRANZ

ALLÁ EN LO ALTO

ALLÁ EN LO ALTO

Es bien sabido que los penitentes mantienen entre sí una dura lucha sobre quien la hace más gorda, y por tanto más agradecida a los ojos de Dios.

 

En el imperio bizantino, durante, entre los siglos IV y VI, apareció una de las disciplinas más curiosas llevadas a cabo por los penitentes: la de los estilitas. Eran individuos que decidían pasar el resto de sus días en lo alto de una columna, pues se supone que de esta manera, sumidos en esta especie de levitación simbólica, se sentían más próximos a los Cielos.

 

El precursor de esta modalidad fue San Simeón el viejo. Nacido en el seno de una humilde familia de pastores en el siglo V, se iluminó al oir a un monje recitar las buenaventuranzas e ingresó en un monasterio, donde se aplicó con rigor a la oración y a la mortificación. Primero se sometió a rigurosísimos ayunos, más no satisfecho con eso, decidió enrollarse permanentemente una cuerda alrededor de sus magras carnes hasta provocarse importantes llagas. El abad tuvo que intervenir personalmente para frenar tanta ansia autodestructora, temiendo que el resto de novicios y monjes del monasterio lo tomasen como ejemplo.

 

Entonces San Simeón decidió ir por libre. En la Cuaresma del 421 se emparedó y ayunó de pie hasta caer agotado. Más adelante, se encadenó a una piedra para soportar en solitario los rigores de la naturaleza, con lo que su fama de hombre santo se incrementó en gran manera, trayendo consigo a los inevitables fans de lo sagrado, peregrinos y devotos que deseaban un souvenir del susodicho.

 

En respuesta a tanta devoción, San Simeón tomó la decisión de aislarse permanentemente de los avatares del mundo subiéndose a lo alto de una columna de tres metros, que posteriormente cambió a una de seis, para acabar definitivamente instalado en una de dieciocho.

 

Desde su columna , el santo convertía infieles, redimía asesinos, y hacía milagros que corrían de boca en boca de la asombrada gente de la época.

 

Se pasó el resto de su vida ahí arriba, expuesto a las inclemencias del tiempo y sometido permanentemente a la tentación de bajar de la columna. En un momento de debilidad el santo cedió a la tentación y pidió una escalera, pero los que en ese momento estaban abajo se la negaron, respondiéndole: “ Mantente en tu decisión, porque es voluntada de Dios”.

 

Eso fue suficiente para que el santo recapacitara, y a partir de entonces, decidió algo más difícil todavía: mantenerse en la columna sobre una sola pierna, que cada quinquenio alternaba con la otra. Y eso no era todo, con ocasión de una herida infectada en la pierna, y en la que los gusanos vivían felizmente, San Simeón les decía : “ Comed hijos míos de lo que Dios os ha dado”. Impresionante

 

Con el tiempo se montó alrededor de la columna un auténtico circo en el que participaban fanáticos, desesperados, curiosos y vendedores de reliquias, y a todos ellos predicaba San Simeón dos veces al día hasta que la muerte vino a buscarle. Cuando esto sucedió, su cuerpo tuvo que ser protegido por soldados, pues la masa devota se lanzó sobre él para conseguir alguita reliquia del hombre santo.

 

Otros estilitas de cierta fama fueron San Daniel o San Simeón menor, el cual estuvo la friolera de 69 años en una columna.

 
En la región de Antioquia era frecuente ver a un estilita en cada colina, y el Getsemaní llegó a fundarse una colonia de más de cien estilitas, quienes temían tanto al diablo como a los rayos, pues durante una buena tormenta, más de uno caía fulminado al actuar como pararrayos. Si esto sucedía, los difuntos eran acusados por el vulgo de haber sido castigado por Dios por no ser lo suficientemente puros.

 

En cambio, cuando un estilita moría en loor de santidad, se organizaban auténticas batallas campales para conseguir alguna reliquia suya: así, cuando se rumoreaba que a alguno le quedaba poca vida, la multitud montaba guardia al pié de la columna, esperando el momento de la caída para hacerse con el cuerpo y depositarlo en los respectivos pueblos. Tenía su lógica, pues el pueblo que guardaba la reliquia de un santo, además de todos los valores espirituales que ello conllevaba, se convertía en un centro de peregrinación y se enriquecía con los devotos que lo visitaban

 

Referencia:”Lovecraft Magazine” nº 8—Miguel Rof

 

Para haceros una ligera idea de la cosa, podéis ver la película de Luis Buñuel de 1965 “Simón del desierto”.

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