MUERTE EN VENECIA
La triste historia de "Tadzio"
Su inquietante rostro está surcado por las arrugas y su cabello, antes dorado, lleno de canas. Los ojos, que fueron de un llamativo y hermoso verde, parecen cansados, y la piel de sus pómulos salientes se nota algo tirante.
Sin embargo, hay en el rostro de Bjorn Andresen una enigmática familiaridad que impresiona a todo aquel que lo conoce. A punto de cumplir 50 años, éste es el hombre que hace tres décadas , cuando tenía 15 años, se consideraba el chico más guapo del mundo. Su extraordinaria belleza fue inmortalizada por el mítico Luchino Visconti en Muerte en Venecia, una película de culto estrenada en 1971, protagonizada por Dirk Bogarde en el papel de un compositor de visita en Venecia obsesionado con un adolescente, pasión que acaba destruyéndole. Sin embargo, en la vida real fue Andresen quien acabó destruido, pues descubrió que su interpretación de Tadzio, el muchacho seductor de la película, sólo le trajo decepciones profesionales y problemas.
Tan predominante era el carácter erótico de la producción, que más tarde Andresen se sintió confundido con respecto a sus propios deseos y, aunque no revela los pormenores, confiesa que tuvo experiencias homosexuales después de la película. “Que me hayan calificado como el chico más guapo del mundo”, dice ahora, “me ha perseguido toda la vida. Nadie te toma en serio. Ahora casi tengo 50 años, pero todo el mundo quiere ver en mí al chico más guapo, cuando en realidad soy el chico más viejo del mundo”.
En principio estoy en contra de las relaciones amorosas entre adultos y adolescentes. Me inquietan emocional e intelectualmente, porque he tenido oportunidad de ver de qué se trata este tipo de amor. Apenas tenía 15 años cuando se hizo la película, pero Visconti y los miembros de su equipo me llevaron a un club gay de Cannes el día del estreno”.
Perseguido por el pasado, sigue recordando aquellas amargas experiencias: “Sentí que me trataban con desconsideración. Los camareros me hicieron sentir incómodo. Me miraban con descaro, como si fuera un plato apetecible. Sabía que no podía reaccionar, habría sido un suicidio social. Fue el primero de muchos encuentros de este tipo. La gente no comprende el efecto que esto puede tener en un chico. En una ocasión me preguntaron si habría aceptado el papel de Tadzio de haber sabido cómo iba a afectar a mi vida. Dije no casi sin pensar. Reconozco que conocí a personas interesantes pero, considerándolo todo, mejor habría sido que me hubiesen dejado en paz. La película ha tenido una gran influencia en mí. No creo que haya merecido la pena. Fue como una montaña rusa y, definitivamente, no estaba preparado para ello”.
Andresen admite que atravesó un breve periodo de confusión sexual a los 20 años, aunque posteriormente se casó y tuvo hijos: “Tuve una experiencia homosexual en los años 70. La gente estaba descubriendo entonces el mundo gay y los espectáculos de homosexuales se hicieron muy populares en Suecia. Parecía muy moderno, algo que estaba de moda. Creo que hay que probar de todo. Lo hice más o menos para poder decir que había probado, pero en realidad no es plato de mi gusto. Fue una cosa sin importancia”. En su voz se nota todavía resentimiento por la reacción que suscitó su papel de Tadzio, y está claro que le molestó que el equipo de la película, mayoritariamente gay, le viera como una fantasía sexual.
En realidad, Esa imagen profesional no era en absoluto para lo que se había preparado. Estudió en el selecto Conservatorio de Música de Estocolmo. Cuando obtuvo el papel de Tadzio, a la edad de 15 años, su gran sueño era ser pianista en lugar de actor. El renombrado director Luchino Visconti lo había descubierto el año anterior al verlo actuar en su primera película, Una historia de amor sueca. Andresen conoció a Dirk Bogarde en la conferencia de prensa celebrada en Roma para anunciar el rodaje de la película, y recuerda con cariño al actor. “Siempre fue muy educado conmigo. Era muy amable, muy británico.
Fue el primer extranjero que se mostró interesado en pronunciar bien mi nombre y lo consiguió. Me parecía encantador. Siempre se comportó de forma correcta. Recuerdo que me alojé en el hotel Connaught con él antes de acudir al estreno en Londres y conocer a la reina. Yo estaba muy nervioso. Dirk vino a mi habitación y me enseñó cómo hacer la reverencia. Lo invitaban con frecuencia al palacio real, por lo que tengo entendido. Nos pusimos en fila y al llegar hasta mí, la reina me preguntó: ‘Bueno, Bjorn, ¿qué le ha parecido lo más interesante de Londres?’. Respondí: ‘El museo de cera de madame Tussaud’, y la reina se rió”.
Sin embargo, a pesar de ser uno de los rostros más reconocibles del mundo, le resultó difícil obtener otro papel. En lugar de perseguir sus sueños, se dejó convencer por quienes le propusieron viajar a Japón para iniciar una carrera como cantante pop, que al final fue un fracaso. “En realidad, no quería hacerlo”, confiesa. “El festival de cine de Cannes me había dado un susto de muerte. Fue entonces cuando descubrí lo que era la fama. Pero mi abuela y mis amigos me dieron la lata para que aceptara, porque era dinero fácil y tenía oportunidad de viajar. Me gustó mucho Japón, pero no lo que hacía. Interpreté dos temas en japonés y también hice un anuncio para la marca de chocolates Excel. Me sentí rastrero, fatal. La verdad es que nunca había querido ser una estrella pop, pero me asediaban las multitudes allá donde iba. Era como la primera vez que los Beatles fueron a Estados Unidos. Habían fomentado una especie de histeria colectiva en torno a mí. Todo era muy extraño y artificial”. De vuelta a Estocolmo, las cosas no mejoraron mucho. “Puedo resumir mi carrera con una palabra”, dice,“caos. Lo peor de todo es que nadie prestaba atención a mis ambiciones, a mis verdaderos sueños. Sólo veían en mí al chico más guapo del mundo”.
Harto de no poder labrarse un porvenir, decidió enseñar música, pero volvió a sentirse atraído por el cine cuando le ofrecieron el papel de un pianista en una película escandinava. Tenía 22 años. “Buscaban a una persona que tocara bien el piano. Alguien propuso que lo hiciera yo y conseguí el trabajo. Pensé que podría demostrar que en realidad sé tocar el piano, pero nadie lo reconoció. En cambio, la película levantó gran expectación en Suecia, donde entonces no era tan conocido. Recuerdo que en una fiesta organizado por unos amigos toqué una pieza de Liszt, el Concierto para piano número 1. La gente aplaudió al final, pero en realidad no fue nada del otro mundo. Aunque luego se me acercó una chica. Me miró a los ojos y me dijo: ‘Caramba, realmente eres capaz de hacer algo’”.
Huyendo del histerismo, se trasladó a Copenhague con una joven, pero la relación fracasó. Al año siguiente regresó a Suecia y volvió a trabajar como profesor de música. Su sueño de hacerse actor había desaparecido casi por completo. Aceptó un par de papeles secundarios en proyectos de bajo presupuesto para obtener ingresos adicionales. En esta época conoció a Susanna, con quien más tarde contraería matrimonio. “Se me acercó en la fiesta del estreno de una de las películas. Era tan hermosa que me dejó sin aliento”.
Feliz tras el nacimiento de su hija Robine, en 1984, Andresen decidió matricularse en una escuela de teatro. Pese a obtener un par de papeles secundarios en varias películas, al terminar sus estudios en 1988 todo se vino abajo. Su hijo Elvin, que fue bautizado el día que se casó con Susanna, en las Navidades de 1986, falleció de muerte súbita y su matrimonio se deshizo. “Fue la peor época de mi vida”, afirma. “Todo se convirtió en una pesadilla”. Incapaz de desprenderse de su fama de icono gay, que arrastraba desde su papel en Muerte en Venecia, y afectado por la muerte de su hijo, por fin decidió buscar ayuda. Junto a un terapeuta se enfrentó a su pasado, tanto profesional como personal.
Su madre, Barbro, se había suicidado cuando él tenía apenas 10 años, y a los 13 había descubierto que en realidad vivía con su padrastro. “Siempre me sentí muy extraño, como si no encajara en ninguna parte. Ahora sé por qué. Mi terapeuta me enseñó en qué consiste ser un niño. Cannes no era el ambiente apropiado. Convertirme en un objeto de esa manera no me hizo sentirme cómodo. Tenía mucha vergüenza. Me veían como un pedazo de carne y yo me sentía como un animal exótico en una jaula. Incluso hoy en día no sé cómo seducir a una mujer. Cuando sólo tienes que chasquear los dedos, significa que te has saltado el aprendizaje de muchas habilidades sociales”.
Mala suerte. Tras abandonar los ambientes cinematográficos, se centró en el teatro y compuso música para obras dramáticas. Llegó a dirigir una pieza de Strindberg, Jugar con fuego, pero una vez más no le duró mucho la suerte. Comenzó a beber y estuvo un par de años desempleado. Sólo con la ayuda de una amiga actriz, Jessica Robacken, consiguió volver a trabajar, y lo hizo en una obra de Tennessee Williams. “Por primera vez sentí que actuar era divertido”, dice. “Desde entonces me he ido reconciliando con la profesión. Mi carrera comenzó en la cumbre y luego he ido hacia abajo. Pero ahora que no puedo apoyarme en la fama me siento más feliz. Las mujeres mayores todavía me reconocen, pero he hecho grandes esfuerzos para alcanzar el anonimato”.
Por lo general, las mujeres son las que se quejan cuando su belleza comienza a desaparecer debido a los estragos de la edad, pero he aquí a un hombre que se enfrenta al mismo proceso, y que se alegra de ello. Su vida personal también está mejorando. Ahora vive con Eva Berntsdotter, a quien describe como su esposa “por derecho consuetudinario”. Residen con las dos hijas de ella en un piso de Estocolmo, donde su piano ocupa un lugar de honor, debajo de un cuadro de Beethoven. Ahora, sueña con la música, no con triunfar en el cine. Su ambición es dirigir una gran banda de música, pero de momento actúa como teclista de los Sven Erics, conjunto de cinco miembros que interpreta números de baile.
Sin embargo, y a pesar de que el actor ha alcanzado la paz interior algo tarde, el actor aún tiene un fantasma que enterrar: nunca ha conocido a su verdadero padre, y desea hacerlo. “Algo me lo ha impedido. Me gustaría verlo durante cinco minutos para observar sus ojos. Quiero oír su voz, ver cómo son sus manos y descubrir algo de su vida”.
Resulta irónico que, después de más de 30 años, Bjorn Andresen nunca haya conocido al hombre de quien heredó la belleza que lo convirtió en el chico más guapo del mundo.
Referencia: “Magazine El Mundo” Una vida marcada por la “Muerte en Venecia” Claudia Joseph
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