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FRANZ

LA REGLA ( II )

LA REGLA ( II )

La sangre en general ha supuesto un importante tabú para muchas etnias (tabú, es una palabra derivada del polinesio tapu y que significa "señal muy fuerte", desempeñando así un importante papel protector de la sociedad en general y del individuo en particular), siendo además un líquido de alta consideración social y mágica. La sangre se convertirá, por tanto, en la fuerza vital del pueblo, donde la de uno es de todos y pertenece en consecuencia a todo el clan. La sangre también es un símbolo de vida por lo que tendrá también atributos mágicos, así su manipulación podrá producir daños en la persona que la ha derramado y su caída en la tierra podrá tener consecuencias fatales para todo el pueblo...

La sangre de la mujer es la que ha llamado más poderosamente la atención en la mayor parte de las sociedades primitivas, pues si la sangre es en el fondo parte integrante de todo el clan, toda mujer la pierde siempre al abandonar la virginidad, con cada nueva luna y en el parto.


Vemos por tanto que la pérdida de sangre por parte de la mujer supone un hecho muy importante para muchos pueblos, así que no será de extrañar que nos encontremos en casi todas las épocas y en casi todo el mundo la idea que relaciona a la menstruación con ciertos temores sociales o personales y por la que la encontraremos rodeada de multitud de tabúes.


En la Biblia (Lev. XV, 19-32) nos encontramos con importantes referencias a la impureza del flujo sanguíneo de la mujer, del lecho en el que duerme durante ese período y de los muebles que toca durante el mismo; la impureza en el pueblo de Moisés se mantenía durante los días de duración del flujo menstrual mas siete días tras el cese de la hemorragia, debiendo llevar el octavo día dos tórtolas o pichones al sacerdote, uno para ofrecer en holocausto a Yavé y otro como sacrificio expiatorio por la impureza de su flujo.

En la india oriental, los ritos védicos de purificación de la menstruante eran muy precisos y establecían que la mujer debía frotarse los dientes, gargarizar doce veces y lavarse manos y pies, posteriormente zambullirse doce veces en el río y tras salir de él frotarse con lodo que llevara estiércol fresco, volver a zambullirse en el agua treinta y cuatro veces y repetir las friegas de lodo, repetir la inmersión veinticuatro veces, friccionarse el cuerpo con azafrán y, para terminar, otros veinticuatro chapuzones más...

La menstruación de la mujer es un rito importante en casi todos los pueblos, a veces de celebración donde las muchachas apaches que se encuentran en el último día de sus ceremonias, llevan la cara embadurnada de barro para indicar que han sido poseídas por la diosa de la tierra, diosa de la fertilidad.

A veces se les pinta de color rojo, color de la sangre, para indicar su estado como advertencia a todos los del poblado, cosa que hacen en ciertas tribus del Camerún. En otras ocasiones se hace al revés y se les pinta de blanco como a las muchachas tanzanas; los dayaks de Borneo no sólo les blanqueaban la piel, sino que les ponían vestidos blancos y les daban alimentos blanquecinos.


La impureza del período menstrual hace que aparezcan estrictas prohibiciones y serios tabúes a su alrededor, tanto que incluso los zulúes que tocan a sus mujeres durante este período llegan a ser apaleados. Podríamos poner miles de ejemplos como el de ciertas tribus australianas que prohíben a la mujer tocar los objetos considerados de propiedad masculina o pasar por los caminos que suelen transitar los hombres, o el de ciertas tribus ugandesas que lavan o queman los vestidos que ha llevado la mujer durante esos días y destruyen posteriormente la cazuela donde ha cocinado, o los de diversas etnias donde se les prohibe extraer agua de los pozos, atravesar a nado un río o bañarse cerca de los pescadores pues podrían ser la causa de ahuyentar la pesca.

Podemos ver en estos ejemplos el trasfondo maléfico que conlleva la sangre menstrual; diversas culturas africanas incluso llegan a pensar que si la mujer comparte la comida o el lecho del hombre durante este período le arrebatará la virilidad, se le ablandarán los huesos o se le ulcerarán los labios, o que si ordeña una vaca durante el periodo la leche se convertirá en sangre. Entre los ubangui se cree que la reglante no puede ni tan siquiera preparar la comida al marido, pues sería herido en la guerra y su sangre correría libremente fuera de su cuerpo.


En general, y desde el punto de vista etnográfico, podemos decir que la sangre menstrual es considerada como maléfica, pues disminuye el potencial sanguíneo de la comunidad; esto hace que la mujer sea juzgada como una enemiga temporal del clan mientras dure la menstruación.

La sangre menstrual también es valorada en general como venenosa e impura por lo que es frecuente que a la mujer se la separe del clan situándola en la copa de un árbol o sobre un cajón hecho de hojas, se le medio entierre en el suelo o se le recluya durante el período, todo ello por temor a que alguna gota de sangre caiga al suelo y contagie a la tierra o que se exponga a los rayos del sol y la impureza afecte al cielo.

Ejemplos del encierro femenino durante las menstruaciones hay muchísimos, siendo el periodo de reclusión muy variable.

Así tendremos a los falasha de Etiopía, los llamados Judíos Negros, que disponen en sus poblados de unas casas especiales llamadas "casas de la sangre" o, más significativamente, "casas de la maldición", donde las mujeres se retiran unos siete días durante su menstruación. Los indios mondurucus del Brasil, recluían a la mujer durante unos días en una celda especial dentro de la cabaña menstrual, a donde acudía todo el pueblo a arrancarle un pelo de su cabellera. Diversas tribus del Camerún pintaban a la mujer de rojo durante su regla (advertencia visible sobre el tabú de su estado) y la encerraban en una choza oscura lejos del poblado, dándole de comer y beber a través de un tubo hecho con el hueso del ala de un águila de cabeza blanca y tratándolas como si fueran enfermas contagiosas.

Tribus de la Hehe, en Tanganica, mantenían encerradas a las mentruantes durante cinco días. Hasta un año duraba la cuarentena menstrual entre las indias thlinket y koniaks de Alaska, o las wafiomi de Africa. Las chiriguanas, de los Andes bolivianos, también permanecían todo un año entero de purificación encerradas en sus casas, pero además debían permanecer en un rincón oscuro de la misma, de cara a la pared y sin hablar con nadie.

Uno de los períodos de purificación más largos que existen se realiza entre los ot-danoms de Borneo, que mantienen encerrada a la chica que a tenido su primera regla durante siete años, tras este periodo se le considera muerta y al salir de la cabaña se le considera como una recién nacida ya purificada, volviéndose más digna como esposa para los hombres ricos del poblado.


En otras ocasiones las mujeres sólo estaban obligadas a llevar un símbolo de la reclusión que sufrían en otros tiempos.

Para evitar que las menstruantes tuvieran que ir a las cabañas de la sangre, los chamanes payutos de California utilizaban una pintura profiláctica encarnada con la que neutralizaban los malos efectos de la reglante, pintándoles las muñecas de ese color o trazando un círculo encarnado en el piso de su cabaña.

Diversas etnias optan por no encerrar a las mujeres durante el periodo menstrual, pero de una forma u otra se les sigue considerando como impuras: entre los arapesh de las zonas montañosas de Nueva Guinea se obliga a las mujeres menstruantes a irse fuera del pueblo, debiendo mantener un severo ayuno y con la prohibición explícita de beber o fumar, además se les dan friegas con ortigas e incluso ellas mismas se introducen un manojo de éstas en la vagina como acto purificador, considerando que de paso les fortalecerán y agrandarán sus senos; en otros pueblos se les obliga a llevar unas almohadillas a modo de compresas junto con el taparrabos o cubresexos, debiendo vivir durante ese tiempo apartadas del poblado y con la obligación de advertir a gritos su estado a todos los que se les acerquen.

Entre los indios bilgula de Colombia usaban como medidas profilácticas un sombrero de ala ancha que les cubría la cabeza, mientras que los tlinkul de Alaska utilizaban una capucha por la misma razón. Otras defensas pasivas eran las que obligaban a las menstruantes a cerrar simplemente los ojos ante otras personas como hacían los yaraibama, o vendárselos durante doce días como estipulaban los indios delawares.

 

La creencia en la nocividad de las mujeres menstruantes es muy antigua, pues existía el convencimiento de que la sangre menstrual contenía sustancias extrañas, irritantes o venenosas.


Según el Talmud (siglo II a.C. - IV d.C.), compilación de la tradición judía, si una mujer está iniciando sus reglas y pasa entre dos hombres, está condenando a muerte a uno de ellos, pero si por el contrario la mujer está terminando de reglar, hará que los dos hombres se querellen.

Plinio el Viejo (23-79 a.C.) también enumeraba, en su Naturalis historia, los peligros de la mujer menstruante: puede cambiar el vino en vinagre, romper los espejos, estropear el hierro y el cuero, nublar los cielos, volver estériles los campos, hacer caer las frutas de los árboles, matar las abejas y abortar a los animales.

 

 

Referencia: " Jo, tía" nº 7 / http://www.medspain.com

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