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FRANZ

LAS ALELUYAS

LAS ALELUYAS

Origen y características de las aleluyas

El nombre genérico corriente en España, aleluyas, deriva del modelo de unas hojas que llevaban impresas estampas piadosas junto con la palabra aleluya . Con el tiempo se perdió esta acepción  y la palabra aleluya terminó por popularizarse como nombre de uso común referido a la hoja o pliego de papel que lleva impresa una serie de viñetas, con textos al pie, formando una descripción o una narración en imágenes.

Las aleluyas forman parte de la estampería popular ligada a la literatura de cordel  -también llamada literatura de caña y cordel-(1) y en España son uno de sus ejemplos mejores y más populares. En lo formal, se trata de impresos sueltos que se presentan como hojas de tamaño variable, aunque acabó por imponerse el tamaño del pliego (equivalente al doble folio: 42 x 30´5 centímetros en su modelo más habitual), con series impresas de imágenes sobre un tema concreto. En su primera etapa las aleluyas son sólo enumerativas y recogen una colección de estampas o viñetas que más tarde, al desarrollarse el lenguaje gráfico, serán descriptivas para después alcanzar una intención narrativa.

Cada hoja de aleluyas agrupa una serie de 48 estampas o viñetas, que se presentan ordenadas en el sentido de lectura en ocho hileras de seis viñetas cada una, aunque hay variables significativas de sólo 16, 32, 36 o 40 viñetas. En las hojas más primitivas las viñetas podían ser redondas aunque pronto se impuso el formato rectangular, y ya desde el siglo XVIII comenzaron a llevar textos complementarios, sobre todo en verso. Inicialmente estas hojas impresas recibían el nombre genérico de aucas en el ámbito cultural catalán mientras que en el resto de España recibieron el nombre de aleluyas.

Los lectores de aleluyas

Las aleluyas, que se dirigían a todos los lectores con una clara función recreativa, facilitaron a los niños españoles el primer acercamiento a las formas elementales de la lectura a través de la imagen y de textos esquemáticos y fáciles. Es imposible comprender y valorar la importancia de las aleluyas y su impacto sobre los lectores de aquel tiempo sólo desde nuestra propia óptica y la consideración del hecho editorial y de los lectores actuales. Hay que tener presente que la sociedad española del XVIII y de principios del XIX era agraria y estamental y soportaba unas elevadísimas tasas de analfabetismo. No existía una educación básica generalizada  y no había libros baratos ni bibliotecas, pues tampoco existían las infraestructuras necesarias para hacer posible una oferta cultural que llegase al total de la población española

En aquella sociedad las aleluyas, junto con los romances, estampas, relaciones de hechos y otros papeles populares, abrían a sus lectores una ventana al mundo y al conocimiento. Especialmente gracias a sus imágenes, las aleluyas ofrecían una instrucción rudimentaria a los lectores menos cultos y generalmente iletrados, adultos y niños, que a través de aquellos impresos baratos recibían muchas veces sus primeros conocimientos sobre personajes, hechos históricos, arte, literatura, etc., situados fuera de su panorama vital.

Edición , distribución y venta de aleluyas

Hasta muy avanzado el siglo XIX el editor-impresor de la literatura de cordel solía ser también vendedor de la misma. De esta manera el taller de imprenta se convertía en punto de distribución para la venta directa y para la difusión, a través de un amplio repertorio de vendedores ambulantes que compraban los pliegos de aleluyas en cierta cantidad directamente al editor para después venderlos al por menor; entre estos vendedores los más característicos fueron los ciegos que también vendían romances y coplas por las calles. Otros puntos de venta de aleluyas fueron los puestos de periódicos, las librerías, los cafés y botillerías, las cacharrerías, herbolarios, tiendas de tejidos, etc., lo que señala la extensión y popularidad que las aleluyas tenían en la sociedad española.

La distribución debió ser prácticamente total gracias a los individuos y oficios que se dedicaron a la venta ambulante, al menudeo en los mercados de las pequeñas ciudades y por los pueblos.

Además, el aumento progresivo de  la red ferroviaria y la regularización del servicio de correos facilitó a los editores el envío de todo tipo de prensa e impresos a sus corresponsales en provincias. En conjunto ello permitió crear una red de distribución que pudo cubrir prácticamente todo el país, lo que equivale a decir los principales núcleos de población. Así, hay que creer que la difusión y la lectura de los impresos populares del XIX y muy concretamente las aleluyas, no debieron tener su límite en las redes comerciales sino en los niveles de alfabetización y en los hábitos de lectura de la sociedad española.

Las aleluyas en la cultura de los niños

En la sociedad del siglo XVIII, cuando la instrucción popular era muy precaria, las aleluyas cumplían, más allá de su inmediato propósito comercial, funciones de información e incluso funciones didácticas y adoctrinadoras, ya que facilitaban a sus lectores el acceso a través de los dibujos y textos a un conocimiento esquemático y rudimentario de una temática variada, como eran las fábulas, las biografías de hombres ilustres, la historia, la geografía pintoresca y las vistas de monumentos, las obras de teatro y novelas, etc.

Las primeras aleluyas se dirigían a un público múltiple y eran de carácter enumerativo: las que describían tipos y costumbres, mostraban monumentos o referían sucesos, las referidas a los gritos de vendedores callejeros, a la procesión del Corpus, a los edificios notables de Barcelona o el viaje de Carlos IV a Cataluña. Otras ofrecían contenidos recreativos referidos a fiestas y funciones. Y algunas pocas se dirigían expresamente a los niños.

Pero debido a su mayor capacidad recreativa respecto de los libros de su tiempo, al atractivo de la imagen y a su bajo coste, las aleluyas acabaron por ser posiblemente el medio con mayor interés para los niños de aquel tiempo, lo que facilitó e impulsó su  consumo y demanda por parte de estos.

En este marco y desde fecha muy temprana las aleluyas fueron miradas y leídas por los niños, pero lo cierto es que los editores de aquel tiempo apenas si pensaron específicamente en estos lectores, ya que durante mucho tiempo tuvieron escasa entidad como grupo de edad con un perfil propio. Otra cosa es que los niños, como en otras ocasiones y en otras materias, se apropiasen de las aleluyas para jugar con ellas y para mirar sus viñetas, iniciándose así en la lectura voluntaria y recreativa.

Aleluyas, lectura para ver y mirar

Pese a su pobreza técnica y escasa calidad: dibujos esquemáticos, textos elementales, mal papel, impresión descuidada y grabados muchas veces machacados y gastados, las aleluyas fueron un producto de consumo fácil por parte de los niños, por tratarse de uno de los más asequibles y sobre todo por basarse en la imagen, cuando en España los libros eran un bien relativamente escaso, y desde luego caro, aún no existían periódicos en su forma moderna y la producción cultural se dirigía a los poderosos y ricos.

Al principio las viñetas no llevaban ningún texto, pero pronto se incluyó dentro de las mismas una palabra que reforzaba y completaba el significado y sentido de la imagen dibujada. Hacia 1840 esta palabra explicativa ya había sido sustituida por un texto narrativo situado al pie de cada viñeta. En una mayoría de casos el texto se presentaba versificado en pareados, aunque también había aleluyas cuyos textos eran tercetos y cuartetos; incluso algunos pliegos llevan enormes textos narrativos, de varias líneas, que prácticamente anulaban la expresividad de las imágenes. Pero los pareados fueron los textos más frecuentes en las aleluyas y se presentaban en versos octosílabos, con una rima pegadiza fácil de recordar.

Pero lo más importante, es la función de lectura de estos impresos. Una lectura fundamentalmente visual, en tanto que las primeras aucas y aleluyas transmitían información y ofrecían recreo por el solo consumo de las series de imágenes, que no llevaban textos de ningún tipo. Mientras que cuando el pliego de aleluyas incorporó los textos, éstos fueron fundamentalmente de apoyo, como refuerzo o explicación complementaria de lo que las imágenes contaban. Es así cómo los textos -generalmente en verso- refuerzan el valor de la aleluya como material de lectura, de modo que esta constituye el primer escalón en el desarrollo de la lectura voluntaria de muchos niños del XVIII y XIX.

El hecho es que en las aleluyas hay una lectura de las imágenes y paralelamente una lectura de los textos, que se escriben de forma expresa para acompañar a las imágenes recogidas en las viñetas de la aleluya, y que les sirven de apoyo Así evolucionan desde su primer estadio como juego o como catálogo de imágenes curiosas o exóticas, con cierto valor didáctico, al más complejo de una historia que se narra a través de una síntesis de imágenes aisladas -que implica un importante esfuerzo de elipsis, tanto en los autores como en los lectores- en las que se recogen una serie de momentos significativos de la biografía, el relato o la novela que constituye el tema de las viñetas de la aleluya.

La importancia de las abundantes aleluyas que se publicaron en España durante el siglo XIX radica no sólo en el gran fondo de lectura popular para niños y grandes que suponen; además contribuyeron a crear en la sociedad de la época, sobre todo entre los menos y peor alfabetizados, un estado de receptividad hacia las imágenes  -como también lo hicieron las ilustraciones de todo tipo, los papeles de soldados, las fototipias y cromos, las postales, las tarjetas fotográficas, los primeros recortables y todo el acervo de imágenes del último tercio del siglo- que preparó y educó a las gentes del aquel tiempo en la lectura visual, lo que acabaría por cambiar la perspectiva cultural del hombre contemporáneo.

(1) La literatura popular, mejor dicho, popularizada, fue difundida principalmente a través de los pliegos que vendían los ciegos cantores y que sirvieron, en buena medida, de transmisores o mediadores entre el editor y el público a quien iban destinados (aunque, a veces, ellos mismos fuesen sus autores y tomaran parte en el negocio). El pliego de cordel, denominado así porque se expendían atados a un cordel o caña, estaba constituido por un cuadernillo de pocas hojas destinado a propagar textos "literarios" históricos, religiosos o de otra índole, para la gran masa lectora principalmente popular. Su extensión es variada dependiendo de lo impreso.

Referencia: CLIJ –Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil nº 179. Las aleluyas, primera lectura y primeras imágenes para niños en los ss. XVIII y XIX- Antonio Martín / http:www.funjdiaz.net

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