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FRANZ

EL PERFUME

EL PERFUME

El perfume tuvo su origen en los antiguos santuarios, y de él se ocupaban los sacerdotes, no los expertos en cosmética. En forma de incienso, su función original, sobrevive hoy en las ceremonias de las iglesias.

La palabra se compone de per y fumus, en latín “a través del humo”. Y esto describe exactamente cómo reciben los fieles los fragantes aromas: transportados por el humo de los restos carbonizados del animal sacrificado.

 

Con el tiempo, a través de una sustitución simbólica, las intensas fragancias del humo se convirtieron a su vez en ofrendas. Quemar sustancias como el incienso, la mirra, la casia y el nardo representaban el mejor homenaje que un mortal podía ofrecer a los dioses. Así, el perfume dejó de ser un desodorante utilitario para contrarrestar los malos olores, y se transformó en un producto suntuario.

 

Sin la necesidad de olores intensos que enmascarasen otros, la gente adoptó las leves y delicadas fragancias de frutos y flores.

 

Esta transición del incienso al perfume, y de unos aromas intensos a otros más suaves, ocurrió a la vez en el Próximo y en el Extremo Oriente hace unos 6000 años. En el año 3.000 a.C., los sumerios en Mesopotamia y los egipcios a lo largo del Nilo se bañaban literalmente en aceites y alcoholes de jazmín, lirio, jacinto y madreselva.

 

Las egipcias aplicaban un aroma diferente a cada parte del cuerpo. Cleopatra se untaba las manos con Kyaphi, un aceite de rosas, azafrán y violetas, y se perfumaba los pies con aejiptium, una loción a base de aceite de almendras, miel, canela, flor de azahar y alheña.

 

Aunque los hombres de la antigua Grecia no utilizaban cosméticos faciales, ya que preferían un aspecto más natural, eran entusiastas de los perfumes, hasta el punto de emplear un aroma para los cabellos, otro para la piel, otro para las ropas, y otros, diferentes entre sí, para perfumar el vino.

 

Alrededor del año 400 a.C., los escritores griegos recomendaban hierbabuena para los brazos, canela o rosa para el pecho, aceite de almendras para las manos y los pies, y extracto de mejorana para los cabellos y las cejas. Los jóvenes griegos elegantes llevaron el uso de los perfumes hasta tal extremo que Salón, el estadista que creó la estructura democrática de Atenas, promulgó una ley (pronto derogada) que prohibía la venta de aceites fragantes.

 

Desde Grecia, los perfumes llegaron a Roma, donde se consideraba que el soldado no estaba en disposición de entrar en combate a menos que se hubiera ungido debidamente con perfumes. A medida que el Imperio Romano conquistaba otros territorios, se popularizaron las fragancias de glicina, lila, clavel y vainilla. Por influencia del Extremo y del Próximo Oriente adquirieron también preferencia el cedro, el pino, el jengibre y la mimosa, y los griegos extendieron la costumbre de preparar los aceites a base de mandarina, naranja y limón.

 

En Roma se constituyeron gremios de perfumistas, cuyo negocio floreció suministrando los últimos aromas a hombres y mujeres. Conocidos como unguentarii, estos perfumistas ocupaban las tiendas de toda una calle en la antigua Roma. Su denominación, que significa “hombres que untan”, originó nuestra palabra “Ungüento”.

 

Los unguentarii elaboraban tres tipos básicos de perfume: ungüentos sólidos, cuyos aromas tenían un único ingrediente (por ejemplo, almendra, rosa o membrillo); líquidos, compuestos a partir de flores, especias y gomas trituradas o majadas en un soporte aceitoso; y perfumes en polvo, preparados con pétalos de flores pulverizados y con especias.

 

Al igual que los griegos, los romanos prodigaban el perfume en sus personas, sus ropas y los muebles de sus hogares, y también en sus teatros.

 

El emperador Nerón, que en el siglo I creó la moda del agua de rosas, gastó cuatro millones de sextercios, equivalentes a unos 30.000 euros de hoy, en aceite, agua y pétalos de rosa para sí mismo y sus invitados en una sola fiesta nocturna. Y se sabe que en el entierro de su esposa Popea, en el año 65 de nuestra era, se gastó una cantidad de perfume que superaba la producción anual de Arabia. Incluso se perfumó a las mulas que formaron parte del cortejo.

 

Estos excesos indignaron a la Iglesia. El perfume se convirtió en sinónimo de decadencia y disipación, y en el siglo II los Padres condenaron su uso.

 

Después de la caída del Imperio Romano, los perfumes se fabricaron principalmente en el Próximo y el Extremo Oriente. Uno de los perfumes orientales más caros reintroducido en Europa por los cruzados en el siglo XI, era el llamado rosa altar, el aceite esencial procedente de los pétalos de la rosa damascana. Doscientas libras de pétalos de rosa, ligeros como plumas, producían una sola onza de attar.

 

Fueron los cruzados quienes, al regresar cargados de fragancias exóticas, reavivaron el interés de Europa por los perfumes y su elaboración, y en este momento de la historia del perfume entró en juego un nuevo elemento: los aceites animales. Gracias a los conocimientos orientales, los boticarios descubrieron que había cuatro secreciones animales, hasta entonces insospechadas, que producían efectos embriagadores en los seres humanos. Se trataba de aceites: almizcle, ámbar gris, civeta y castor, que son las esencias fundamentales de los modernos perfumes.

 

Almizcle

 

El almizcle procede de un ciervo, Moschus moschiferus, pequeño y tímido habitante de los bosques de álamos y rododendros del oeste de China. Los machos totalmente desarrollados sólo pesan unos diez kilos.

 

El macho es el que posee, delante de su abdomen, una bolsa que segrega una señal sexual, similar en su función a la que deja un lince. Hace siglos, al notar los cazadores orientales una fragancia dulce pero intensa de los bosques locales, acabaron por descubrir el origen de este olor, y desde entonces ese ciervo diminuto ha sido perseguido. Una vez muerto el animal, se le extrae la bolsa, que, una vez seca, se vende a los perfumistas. La presencia del almizcle es tan insignificante que puede llegar a una billonésima de onza.

 

 

Ámbar gris

 

Esta sustancia cérea y de olor penetrante procede del estómago del cachalote. Es la base de los más caros extractos para los perfumes, y al igual que el almizcle vale más que su peso en oro.

 

El cachalote Physeter catodon, un gran mamífero, se alimenta de calamares, moluscos que tienen una especie de hueso interior que se utiliza en las jaulas de los pájaros para que éstos afilen sus picos. El cachalote segrega el ámbar gris para proteger sus intestinos contra la abrasión de esa lámina caliza. Por tratarse de un aceite, flota, y a menudo recubre las redes de los pescadores. Hace mucho tiempo, los pescadores árabes descubrieron el olor dulzón del ámbar gris y sus excelentes cualidades fijadoras para prolongar la vida de un perfume. Por ejemplo, el ámbar gris retrasa considerablemente el índice de volatilidad de otros aceites aromáticos que se mezclan con él. Hoy en día, tanto el almizcle como el ámbar gris pueden producirse sintéticamente, y la industria del perfume se niega a adquirir ámbar gris auténtico, para no perjudicar la supervivencia del cachalote.

 

Civeta

  

Es una sustancia blanda y cérea, segregada por la civeta, un mamífero carnívoro de África y Extremo Oriente, que tiene un pelaje amarillento a topos.

 

La civeta es una secreción glandular de los machos y hembras de la familia Viverra civttla. Esta sustancia cérea se forma cerca de los genitales y se puede conseguir en los animales cautivos a razón de unas dos extracciones por semana. Despide un repugnante hedor a heces, pero al mezclado con otras esencias su aroma resulta extremadamente agradable, aparte de ser un fijador muy potente. Todavía hoy se ignora cómo descubrieron esta propiedad los perfumistas del Extremo Oriente antiguo.

 

Castor

 

 Este aroma procede de los castores rusos y canadienses de la familia Castor fiber. Es una secreción que se acumula en dos sacos abdominales, tanto en los machos como en las hembras. Extremadamente diluido, el castor (o castóreo) desprende un olor agradable, pero se utiliza sobre todo como fijador y ampliador de aromas. El grado de fijación que distingue estas cuatro esencias animales está en función de su elevado peso molecular. Las moléculas pesadas actúan como áncoras, y con ello impiden que los aromas predominantes de un perfume se eleven con excesiva rapidez sobre la superficie del líquido y se disipen en el aire

 

Referencias: Wikipedia / Las cosas nuestras de cada día- Charles Panati – Ediciones Círculo de Lectores / Historia de las cosas- Pancracio Celdrán Gomariz- Editorial La Esfera de los Libros S.L.

4 comentarios

Jemaba -

Son tiempos gloriosos para los perfumes ,olores y sabores sintéticos. Huelen y saben igual que los naturales, son más baratos para el comprador y mucho más rentables para el febricante/vendedor. Creo que lo natural dentro de poco habrá que verlo en los museos.

Lina -

Aprovecho esta tribuna que me dan los electrones, para protestar firmemente por la reformulación (destrozo) de perfumes clásicos, hecha con la excusa de que a algunos les da la dermatitis (pues que no lo compren!) y que en realidad persigue abaratar los costes y aumentar aún más los márgenes comerciales (y la propiedad industrial sobre moléculas sintéticas).

Jemaba -

Mucho me temo que hoy los perfumes , de natural no tiene nada. Han consegido reproducir todo tipo de olores sintéticamente , que es mucho más barato y produce el mismo efecto.Así pues, aprovecha para oler las flores del campo si es que aprecias lo natural.

Azahar -

Menos mal que ahora se fabrican artificialmente, no me gustaría nada saber que para oler bien se sacrifican animales inocentes.
También las flores juegan un papel importante en la elaboración de perfumes, ¿no?.
Vaya documentación! me encanta el dibujito.