NÓMADAS Y QUINQUIS
Han existido, y existen, “minorías malditas”, minorías marginadas y, en muchos casos, aborrecidas, que han ocupado distintas zonas de España durante siglos, como gitanos, judíos, moriscos, agotes, quinquis, vaqueiros, pasiegos, maragatos,…… Algunas de ellas, especialmente de gente sin oficio y carácter nómada, han sido especialmente perseguidas y, en algunos lugares o en épocas conflictivas, objeto de leyes durísimas contra ellas, estando muy documentada la correspondiente al periodo comprendido entre la Baja Edad Media y mediados del siglo XX.
Por ejemplo, en el título 40, bajo el encabezado De los homes andariegos de las Ordenanzas dispuestas en el Cuaderno de la Hermandad de Vizcaya , del año 1394, cuerpo legal por el que se regía la provincia, se dice:
“…porque en Vizcaya hay muchos andariegos e non auen señores propiamente con quien sirvan (…) andan pidiendo por al tierra e faciendo otros muchos males e daños e desaguisados de lo qual se siguen gran daño e destruimento de la tierra, por ende si el andariego fuere tomado que por la primera vez que yazga en el zepo seis meses e por al segunda vez, que mura por ello”
Lo cierto es que estos nómadas eran mirados con desconfianza por el pueblo y perseguidos sin descanso por las autoridades. Para el primero, podían suponer un peligro, pues dada la pobreza de estos caminantes, su subsistencia pasaría por pedir o robar. Para los segundos, seguramente constituían un ejemplo incómodo, unos transgresores que habían abandonado el arado y a su señor, y se paseaban en completa libertad por sus tierras.
Así, el recelo del pueblo llano y la antipatía de la de la nobleza, dio lugar a que se promulgaran numerosas leyes, con objeto de que los nómadas se transformaran en sedentarios y tuvieran una residencia fija, y asimismo a encomendarles un señor y una porción de sus tierras que cultivar.
Curiosamente, salvo el de campesino todos los trabajos susceptibles de ser desarrollados estuvieron proscritos hasta el siglo XIX. Los artesanos, sedentarios y urbanos, se protegían en sus hermandades gremiales, a menudo de carácter hereditario, y no aceptaban nuevos miembros. Los gremios se estructuraban por oficios y ejercían en ellos un severo control, procurando que se transmitieran de padres a hijos. No era posible, y menos para los trashumantes, conseguir que se les admitiese. En consecuencia, quedaban para los nómadas trabajos que no llegaran nunca a la categoría de oficios, y por consiguiente, tampoco estarán reglamentados, salvo con vistas a su prohibición y erradicación y los que las practiquen serán estigmatizados.
Así pues, generalmente agrupados o en solitario, ejercían algún trabajo a su alcance y vagaban de un sitio a otro, ofreciendo lo que podían ofrecer y distrayendo lo que se pudiera distraer. Una caravana que llegase de improviso a una población será recibida con cierto recelo, pero también con interés. Llegaban, juglares, bufones, buhoneros, caldereros, zahoríes y mucho más tipos curiosos. El pueblo llano no viajaba porque era difícil, caro y arriesgado, y aquellos desarrapados traían noticias, ciertas o inventadas, pero siempre fabulosas, de lugares lejanos. Venderían también objetos artesanales, contarían historias, echarían la buena fortuna o podrían trabajar esporádicamente en grandes proyectos colectivos como una vendimia o una siega, o cualquier otra labor agrícola que necesitase de cuantos brazos se pudiera disponer.
Unos de estos nómadas, eran los quinquis, diminutivo de quincallero, es decir, aquel que elabora o comercia con quincalla (conjunto de elementos de metal de poco valor). También son llamados quinaores, e incluso andarríos o buhoneros, pero sería más propio hablar de mercheros.
Quinaores es como les designan los gitanos, con los cuales los qinquis han mantenido desde antaño una historia sumergida y paralela repleta de encuentros y desencuentros. El término es de origen caló, y significa mercader. Quinaor viene del verbo quinar , cuya traducción al castellano sería comerciar, mercar o comprar.
Andarríos o buhoneros son dos términos en desuso, pero que fueron muy comunes para designar, en su conjunto, a los vagabundos de todo tipo y condición: desde el mendigo hasta el feriante, pasando por el vendedor de baratijas; e incluso cómicos, actores, músicos y artesanos, con el único requisito de que todos ellos fueran ambulantes.
Merchero es el término más empleado para designar a los modernos quinquis. La opinión generalizada es que viene de mercha, germanía que se traduciría por tela o género textil. Sin embargo, parece más acertado emplazar su origen en la palabra castellana mercero o vendedor de mercería.
Sobre el origen del quinqui no existe certeza. Las principales hipótesis apuntan, bien a una rama desgajada del tronco gitano en fechas desconocidas, bien a grupos inconexos de vagabundos que recorren la Península desde el siglo XV o XVI, o bien a grupos de moriscos ( descendientes de musulmanes españoles, convertidos al cristianismo en 1501, en Castilla y en 1526 en la Corona de Aragón que, no pudiendo o no quisiendo integrarse en la nueva sociedad cristiana fueron expulsados de sus tierras y perseguidos, pasando a formar parte de las caravanas de nómadas que recorrían España.
Los quinquis, con el paso del tiempo, llagarán a convertirse en una especie de merceros ambulantes. La venta de mercería parece ser su principal actividad, aunque la compaginan con muchas otras. Van y vienen por toda la geografía española aprovechando las ferias de los pueblos, en donde a veces son bien recibidos, ganándose la vida vendiendo baratijas, ropa o reparando lo que está al alcance de su industria y su talento.
Pero no todos eso nómadas serán iguales; existen por ejemplo los de “alicates y taladro” y los de “tijeras y varas de medir”. El primero, tendría una consideración inferior al otro, pero gracias a su trabajo y a cierto capital que ha invertido en género más selecto para su comercio, logra el tan ansiado acceso social a buhonero de tijeras y vara de medir. Es decir, que se sería posible cambiar de estatus y condición, pasando de paria vagabundo a avecinándose en cualquier pueblo y ejerciendo de respetable comerciante.
También ocurre que la necesidad de supervivencia sin ningún medio, les obliga en ocasiones al robo, la picaresca, el comercio ilícito y demás engaños, lo cual les ha proporcionado una injusta y mala fama general. Por ello, y para entorpecer su identificación en situaciones difíciles, han recurrido a todo tipo de documentación falsa y a adoptar distintos nombres.
En el plano espiritual, el quinqui no suele destacar por su religiosidad sino por todo lo contario. Sin embargo, sí suele ser aficionado a las reliquias religiosas, ala imaginería y, en general, a los objetos de culto, por mucho que luego comercie con ellos sin mayores escrúpulos.
Como los mercheros eran rurales y su mundo era rural, y el abandono de este mundo dio la puntilla a su modo de vida. Los poblados de chabolas de las grandes ciudades se llenaron de quinquis. Convivían, y conviven, con gitanos y payos desheredados, aunque, por lo general, cada uno en su sitio.
Abandonar el carro y el camino supuso también abandonar sus trabajos habituales y buena parte de sus costumbres. La artesanía del cobre fue herida en una fábrica de acero y murió en una de aluminio. La venta ambulante de baratijas terminó en un local oriental de “Todo a cien” y el “tonto” y el “filo”, que se trabajaban el tocomocho y la estampita, pasaron a mejor vida.
Sus costumbres, como es lógico, también han sufrido importantes variaciones. De una parte, han debido adaptarse a sus nuevas condiciones de vida, en un medio urbano y sedentario. Todo su mundo tradicional hace agua y, al igual que los gitanos, cada vez observan menos las leyes de sus mayores, fundamentadas en la costumbre. El quinqui, que ha vivido mucho tiempo separado del resto de la sociedad, empieza a mezclarse de forma masiva, si bien todavía o hace, en general, con otros individuos de las capas más humildes. No obstante, los “ajuntamientos” entre quinquis y gitanos o entre quinquis y payos son acogidos con recelo, así como a los descendientes de estas uniones, si bien son aceptados en la comunidad. A éstos se les llama entrevelaos y el recelo es que consideran al gitano más débil de carácter, más extrovertido, más suelto de lengua, y al payo como la “otra cultura”, como el representante de la sociedad que los ha marginado.
Pero lo peor para el quinqui ha sido el pasar a ser considerado como sinónimo de delincuente. Y eso ocurrió relacionándolos con algún "delincuente" famoso como Eleuterio Sánchez Rodríguez “El Lute” , hijo de familia merchera, y en especial con delincuentes juveniles (El Vaquilla, El Torete, El Jaro,..) marginados procedentes de degradados barrios suburbanos, que pasaron a transformarse en mito, y que mayoritariamente en los años 80, fueron protagonistas del que sería conocido como “cine quinqui” .(http://es.wikipedia.org/wiki/Cine_quinqui).
Referencias: Minorías malditas –Javier García Egocheaga- TIKAL Ediciones / La España de los quinquis- Jesús de las Heras y Juan Villarín- Editorial Planeta.
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