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FRANZ

La Última Cena

La Última Cena

Ha pasado a la Historia como la cena más famosa de la Humanidad, a pesar de que el menú que en ella se degustó siga siendo hoy en día un misterio. Si nos ceñimos a la literalidad de lo escrito en los evangelios, Jesús y sus 12 apóstoles debieron de despacharse aquella noche con un refrigerio donde el pan y el vino fueron los indiscutibles protagonistas.

 

Sin embargo, es de suponer que en la mesa de aquel grupo de amigos –que compartían mantel por última vez,  tenía que haber otros alimentos a los que los evangelistas no dieron importancia. Y durante mucho tiempo, se creyó que esos alimentos eran cordero y hierbas amargas.

 

Claro que la parquedad de detalles culinarios de las Escrituras no es de extrañar. No en vano, y según su relato, aquella noche tuvieron lugar dos de los acontecimientos más relevantes del cristianismo, así que entra dentro de la lógica que el aspecto puramente gastronómico de la celebración quedara en un segundo plano. En primer lugar, y en medio del ágape, Jesucristo anunció, ni más ni menos, que uno de los comensales era un traidor: «Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, dijo: ‘Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará. Muy entristecidos, empezaron a preguntarle uno por uno: ‘¿Seré yo, Señor?’. Y él respondió: ‘El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ése me va a entregar’» (Mateo 26, 20-23).

 

¿Qué alimentos había en esa fuente? La pregunta ni se les debió de pasar por la mente a los evangelistas, concentrados en relatar un asunto tan serio como la traición de Judas Iscariote, quien, a la sazón, acababa de retirar su mano de la citada fuente... Para más inri, el propio Judas fue el responsable del menú de aquella Última Cena, ya que, según la tradición cristiana, era el tesorero del grupo y se encargó personalmente de adquirir las viandas que en ella se degustaron. Y conociendo su carácter pesetero (vendió a Jesús por 30 monedas de plata...) es de suponer que no sería muy espléndido.

 

Fuera cual fuera el menú pagado por Judas, los trece digirieron como pudieron la noticia bomba de su deslealtad y continuaron cenando hasta que Jesús tomó los dos únicos alimentos citados en los Evangelios, el pan y el vino, para realizar el acto que se considera fundacional de la Iglesia católica: la institución de la Eucaristía. «Durante la cena, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomad, esto es mi Cuerpo’. Luego tomó una copa, dio gracias, se la entregó y todos bebieron de ella. Y les dijo: ‘Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por todos. Os aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios’» (Marcos 14, 22-25).

Evidentemente, la transustanciación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo fue el momento cumbre de aquel convite. Y los evangelistas, lejos de dedicar un solo versículo más a relatar si los allí reunidos tomaron postre o café, pasan sin más a la descripción del resto de acontecimientos que tuvieron lugar esa noche (el apresamiento de Jesús, la negación de Pedro…).

 

Con tan pocas alusiones explícitas a la comida, sólo podemos elucubrar el posible menú de aquella importante cena, basándonos en la tradición que la Iglesia católica popularizó a partir del siglo IV.

 

Apoyándose en esa tradición, la opinión más extendida siempre ha sido que comieron cordero asado, hierbas amargas, vino y pan ácimo, es decir, preparado sin levadura. La creencia se sustenta en que ése era precisamente el menú que, según el libro del Éxodo (Ex 12, 1-12), Dios ordenó tomar para celebrar la fiesta de la Pascua (que conmemora el día en que el pueblo judío fue liberado de la esclavitud y conducido a la Tierra Prometida). Y como los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas –llamados sinópticos por las similitudes que hay entre ellos– sitúan cronológicamente la Última Cena en el día de la Pascua, desde tiempos inmemoriales se dio por sentado que los Trece debieron de decantarse por una elección gastronómica de lo más ortodoxa. «Llegó el día de la fiesta de los panes sin levadura, en que debía inmolarse el cordero pascual, y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: ‘Encargaos de prepararnos la cena de la pascua’» (Lucas 22, 7-8).

 

Pero otra versión distinta del cordero acompañado del pan ácimo y el vino, basada en la que San Juan escribió en su evangelio sobre cómo y cuándo trascurrieron los hechos ha empezado a cobrar fuerza, sobre todo entre los católicos.

 

Y, gastronómicamente hablando, esta teoría de San Juan no es baladí ya que echa por tierra el menú que hasta la fecha se había considerado más plausible: según este evangelio, no pudieron comer cordero porque aquella reunión se produjo un día antes de la tradicional fiesta judía: «Antes de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre […]. Después condujeron a Jesús desde la casa de Caifás hasta el palacio del Gobernador. Era muy temprano. Los judíos no entraron en el palacio para no contraer impureza legal y poder celebrar así la cena de Pascua» (Lucas 13, 1; 18, 28).

 

En 2007, durante la celebración de la misa de Jueves Santo en la basílica de San Juan de Letrán (Roma), el propio papa Benedicto XVI refrendó la mayor precisión histórica de Juan a la hora de situar la fecha de la Última Cena, e introdujo una sustancial variación en el sacro banquete. «Jesús celebró la Pascua con sus discípulos probablemente con el calendario del Qumran, y por tanto un día antes de la Pascua judía y fue celebrada sin el cordero, como la comunidad Qumran, que no reconocía el templo de Herodes», proclamó el pontífice.

 

Muchas han sido las representaciones pictóricas de la Última Cena, cada una de ellas con sus propios alimentos . Pero la más conocida, la de Leonardo da Vinci , pintada en el refectorio del convento dominico de Santa María de las Gracias en Milán (Italia), es sin duda la más apócrifa de cuantas se han realizado y que, pese a todo, se ha convertido en el icono universal de aquel acontecimiento. La obra es tan diferente a lo que se había hecho hasta entonces, y encierra tantas contradicciones doctrinales, que ha inspirado no pocos estudios dedicados a desentrañar sus misterios.

 

Para empezar, no pinta el momento de la consagración, sino el del anuncio de la traición de Judas, pero no es fácil encontrar al apóstata, ya que ninguno de los apóstoles luce halo de santidad y el traidor no aparece delante de la mesa o en escorzo, como solía ser habitual. Para colmo, el único que tiene pinta de malo es Pedro, que lleva un cuchillo en la mano y agarra por el cuello a Juan, el discípulo amado, que, a su vez, no se apoya en el pecho de Jesús, como dice el Nuevo Testamento, sino que más bien, parece alejarse de Él». Y es que hay opiniones que sostienen que el cuadro está planteado como un acertijo y es tan aplastantemente heterodoxo porque «Leonardo era todo menos un buen cristiano».

 

No podía ser menos, en lo que a la comida se refiere, Da Vinci también se saltó todos los cánones comúnmente aceptados hasta la época. «Pescado en lugar de carne, el alimento fundamental de la dieta hebrea; naranjas y granadas en lugar de hierbas amargas; ni rastro del cordero pascual… Su menú es tan políticamente incorrecto como el resto de la obra, aunque durante años, debido al mal estado de la pintura, este tema pasó desapercibido».

 

En efecto, La Última Cena sufrió numerosos daños casi desde el momento en que Leonardo dio su última pincelada, ya que el maestro utilizó una técnica experimental –pintó con óleo sobre yeso seco– que resultó muy poco duradera. Tras innumerables intentos de conservación, el estado del mural llegó a ser tan desastroso, y a parecerse tan poco al original, que en 1977 se decidió realizar una restauración definitiva que tardó en culminarse la friolera de 20 años.

Gracias a ella, se pudo llevar a cabo una inspección exhaustiva del cuadro en la que descubrió con estupor que lo que hasta entonces se habían creído cuartos de asado eran en realidad tajadas de anguila, y que esparcidos por la mesa, además de trozos de pan, había nítidos gajos de naranja y semillas de granada.

 

Y si esos fueron los platos pintados, los bocetos de la Última Cena contiene otros como criadillas de cordero a la crema, ancas de rana con verduras, muslos de focha con flores de calabacín, puré de nabos con rodajas de anguila.

 

Hay quien dice que finalmente se decantó por la anguila porque este pescado se encontraba entre sus platos preferidos. Otros aseguran que eligió ese menú porque Leonardo era tan vegetariano como lo eran los miembros de la herejía cátara con la que comulgaba.

 

Referencia: Magazine El Mundo nº 457 - ¿ Y si los apóstoles cenaron jurel en costra de pan ? Maribel González / La cena secreta- Javier Sierra - Edit. Plaza & Janés-2004

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