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FRANZ

FRESITAS, FRESAS Y FRESONES

FRESITAS, FRESAS Y FRESONES
No es lo mismo una fresita del bosque, que una fresa que un fresón. Además de diferencias botánicas, se distinguen perfectamente por su tamaño, sabor, abundancia y especialmente en su precio. Por ejemplo ese postre que sirven en los restaurantes de medio/bajo pelo , llamado “fresas con nata”, es en realidad un revoltijo de nata de spray y fresones de vivero troceados. A años luz de eso, y en el polo opuesto estarían las  fresitas del bosque, y en medio las fresas.

Además hay que saber que el fruto de la fresera no es esa baya roja con granitos amarillos o negros ( eso es  una parte del tallo modificada), sino esos pequeños granitos amarillos o negros que aparecen en su superficie, y que os señalo en la imagen.

Las fresas silvestres son las más pequeñas pero las de mejor perfume y sabor, y no son difíciles de encontrar en alturas cercanas a los 1000 metros. La fresa cultivada es un poco más grande y menos aromática, pero se cultiva poco por su especial fragilidad que hace muy delicado su transporte y conservación. El fresón es de mayor tamaño que la fresa y más resistente, aunque con menor fragancia y sabor. Es el más consumido.

Al parecer la cuna de la fresa en Europa fue los Alpes. Los romanos las conocieron y con ellas hacían
un postre refrescante y delicioso, y no solo eso, sino que también las usaron con fines medicinales, para aliviar síntomas de melancolía, desmayos, todo tipo de inflamaciones, fiebres, infecciones de la garganta, piedras en el riñón, mal aliento, ataques de gota, y  enfermedades de la sangre y del hígado .

Hasta el siglo XVI , las fresas fueron silvestres y no se cultivaron en hueros o jardines, y al igual que hicieron los romanos no solo fue considerada sabrosos postre, sino también un gran remedio medicinal. Así la ingestión de grandes cantidades de esta fruta era uno de los remedios utilizados para el mal  de gota. Es más, los alquimistas del medievo vieron en ellas una panacea capaz de curarlo todo. Raimundo Llull, alquimista catalán del siglo XIV, llegó a afirmar, equivocadamente, que la mezcla de fresas y un extracto de perlas era capaz de curar la lepra. Giambattista della Porta, en su conocido libro Magia Naturalis, daba una receta a base de fresas para curar la disentería. El médico holandés Van Swieten consideraba que las fresas curaban la tuberculosis. A su vez, el famoso escritor francés Fontenelle, famoso comilón del siglo XVIII que llegó a los cien años, atribuía su longevidad a la costumbre de hacer cada año una buena cura de fresas.

Hoy en día se dice que bajan la fiebre, limpian las membranas mucosas y que son muy buenas como Dieuréticas y antirreumáticas , para reducir el colesterol, astrigentes y mineralizantes, para combatir el reuma o la artritis.

También han sido utilizadas como producto de belleza, por ejemplo para evitar las arrugas, blanquer la piel a la vez que suavizarla y relajarla, dando un bonito color al cutis. Por ejemplo, en tiempos del Emperador Napoleón, la bella Teresa Cabarrús, más conocida como Madame Tallien, a la postre princesa de Caraman-Chaimay, perfumaba sus baños con el jugo de 22 libras de fresas. 
 
En la lista de enamorados de esta fruta no podemos dejar de nombrar a Francisco I, rey de Francia al que se debe el impulso que tomó la fresa para la posteridad. En sus jardines se cosechaba en grandes cantidades la variedad llamada por los franceses de "cuatro estaciones" y en España "la generosa". La primera ilustración botánica documentada de una fresa aparece como un dibujo en un Herbario en el año 1.454.

Hubo un hecho histórico relevante para el desarrollo de esta fruta en España. Cuando Francisco I fue derrotado en Pavía, en 1525, le llevaron prisionero a Madrid. Como era un prisionero de lujo, pudo un día tener el antojo de comer fresas. Como eran totalmente desconocidas en Madrid, hubo que pedirlas urgentemente a Francia para satisfacer a tan caprichoso prisionero. 
 

Nada más llegar los primeros envíos, los cortesanos enloquecieron ante la novedad y robaron cuantas fresas pudieron. No sólo para comerlas, sino también para recoger la semilla y sembrarla en sus jardines. Pero con el tiempo se dieron cuenta de que aquellas semillas no germinaban y creyeron que era un castigo divino por meter la mano donde no debían, ignorando que la fresa no se reproduce por simiente, sino por acodos (estolones).  

Cuando se marchó Francisco I, no hubo más fresas en Madrid hasta que otro rey de origen francés, Felipe V, nieto de Luis XIV, volvió a añorar la fragante fruta. Un día que paseaba por los jardines y huertos que Felipe II había creado junto al Jarama, decidió engrandecerlos y pensó que éste era el lugar adecuado para plantar fresas, y pidió que le enviasen freseras desde Versalles a fin de aclimatarlas en España. Desde entonces Aranjuez posee una fantástica producción, que luego se extendió por casi todas las regiones españolas.

Luis XIV de Francia ( sí, el que se bañó dos veces en su vida y por prescripción médica) también tenía una debilidad extrema por las fresas, hasta tal punto que en 1712 envió a América del Sur al naturalista Fraisier a fin de que estudiara las riquezas naturales de su suelo para transplantar a Francia las que merecieran la pena.  Se descubrió que en Chile, había una fruta muy similar a la fresa, de mayor tamaño y más productiva, conocida con el nombre de "frutilla". Esta nueva especie consiguió aclimatarse en Europa y especialmente en Aranjuez. De la mezcla de la variedades europea , de las del actual estado de Virginia que trajeron los colonizadores, y de la de Chile, se obtuvo el fresón.


Leyendas y curiosidades:

La fresa era un símbolo para Venus, la diosa del amor, debido a sus formas del corazón y color rojo, connotación de pureza y pasión. 

Si se parte una fresa doble por la mitad y se comparte la mitad con una persona del sexo opuesto,  se enamorarán uno del otro.

En algunas partes de Baviera (Alemania), la gente común todavía practica el rito anual cada primavera, de amarrar canastas pequeñas con fresas silvestres, a los cuernos de su ganado (vacas y toros) como una ofrenda a los duendes. Creen que los duendes, que están apasionados y encariñados con las fresas, les ayudarán a producir ganado sano y abundancia de leche a cambio.

Para simbolizar la perfección y rectitud, los canteros de piedra medievales tallaron diseños de fresas en los altares y alrededor de las cabezas de los pilares en iglesias y catedrales.

Si la mujer se coloca matas de fresera sobre el vientre, evitará molestias durante el embarazo.


Referencia: Diccionario indispensable para la supervivencia – Manuel Vázquez Montalbán / “El País”- La panacea frutal -Mikel Corchera / “la Prensa” -Ana Alfaro.

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