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FRANZ

Las rayas

Las rayas

La indumentaria rayada tiene una accidentada historia,  que pasa de ser excepcional y de uso obligado para marginados, a ser de uso común en nuestros días y sin significado social.

 

En pleno siglo XIII estalló el escándalo en Francia. En concreto, a finales del verano de 1254, cuando rey Luis IX de Francia (san Luis) regresó a París tras una desafortunada cruzada, un dramático cautiverio y una estancia en Tierra Santa de cuatro largos años. El rey no volvió solo. Traía consigo algunos religiosos nuevos en Francia, entre ellos algunos mojes mendicantes de la orden de Nuestra Señora del Monte Carmela. Estos fueron el motivo del escándalo: lucían una capa a rayas, nunca vista hasta entonces. Cuenta la leyenda que el manto listado tiene una explicación y origen bíblico y celestial; como imagen de la capa del profeta Elías, fundador mítico de la orden de los carmelitas, que ascendió al cielo en un carro de fuego y que habría lanzado sobre su discípulo Eliseo su gran capa blanca, la cual habría conservado en forma de franjas marrones las marcas rojizas de sus paso a través de las llamas.

 

En algunos textos de finales del siglo XIII, la prosa simbólica llega a precisar que la capa carmelita consta de cuatro bandas blancas, que representan las cuatro virtudes cardinales (fortaleza, justicia, prudencia y templanza), separadas por tres rayas marrones que evocan las tres virtudes teologales ( fe, esperanza y caridad), aunque de hecho no existió nunca una regla que codificase ni el número, ni la anchura, ni el eje de las rayas de la capa .Los carmelitas fueron falsamente acusados de codicia, hipocresía, felonía, y se les veía como enviados del Diablo y del Anticristo.

 

A principios de 1260 el escándalo alcanzó tal magnitud en el ámbito urbano, que el papa Alejandro IV pidió expresamente a los religiosos carmelitas que dejaran de usar la capa listada y adoptaran una lisa. Se negaron a ello y estalló la polémica, que duraría más de un cuarto de siglo, durante el cual la orden carmelita se enfrentaría a diez papas sucesivos. En el Concilio Universal de Lyon, celebrado en 1274, esta intransigencia casi les costó su existencia. Finalmente en 1287, en el día de Santa Magdalena, los carmelitas decidieron renunciar al manto listado y adoptar en su lugar una capa blanca. En 1295, como algunos carmelitas aún seguían con la capa rayada, el papa Bonifacio VIII, confirmó, en una bula promulgada especialmente a este efecto, el cambio de mano de 1287, además de recordar con toda solemnidad la prohibición absoluta hecha a todas las órdenes religiosas de vestir hábitos listados.

 

Pero aunque el caso de los carmelitas es el más documentado, lo relevante, es que las franjas se excluían o eran motivo de escándalo tanto en la indumentaria de un religioso, como en la de un juglar; tanto en las calzas de un príncipe como en las mangas de una cortesana; sobre las paredes de una iglesia o en el pelaje de un animal.

 

Un gran número de decretos de los sínodos diocesanos, asambleas provinciales y concilios universales prohíben una y otra vez a los clérigos el uso de los hábitos bicromos, ya sen divididos por la mitad, listados o ajedrezados. En 1311, el concilio de Viena, que legisló mucho a materia de vestimenta, aún insistía en estas prohibiciones. En adelante, se declaró la guerra a las rayas en todas las sociedades eclesiásticas, especialmente a aquellas que alternaban colores vivos como el rojo, el verde o el amarillo, que causaban una sensación de superficie abigarrada, de diversidad. A los prelados legisladores, nada era más deshonesto.

 

Tras los eclesiásticos, les llegó el turno a los laicos, y las costumbres, las leyes y los reglamentos prescribieron la vestimenta bicroma o listada a determinadas categorías de réprobos o excluidos.

 

Así por ejemplo, en el sur de Europa a finales de la Edad Media, la legislación establecía que prostitutas, verdugos, bufones y juglares debían  vestir ropas a rayas, o con mayor frecuencia, una pieza de ropa listada; pañoleta, vestido o ceñidor en el caso de las prostitutas; calzas o capucha en el caso de los verdugos; jubón o bonete en el de los juglares o bufones. En todos los casos, el motivo era imponer una marca visual que señalar la marginación, para que aquellos que ejercían tales oficios no fueran confundidos co los ciudadanos honestos. En otros lugares, especialmente en las ciudades alemanas, prescripciones semejantes señalaban a los leprosos, los tullidos, lo “bohemios”, los herejes y, en menor medida a los judíos y a los no cristianos.

 

En la Edad Media, las rayas evocaban asociaciones que estaban decididamente enfrentadas a lo que entonces se consideraba políticamente correcto. Para la mente medieval, la idea de la diversidad y las rayas estaban estrechamente relacionadas. Destaca que el latín medieval a menudo usa como sinónimos las palabras "rayado" y "variado", y nos dice que la cultura medieval desaprobaba la variación: "La forma sustantiva de ''varietas'' sirve para designar engaño, maldad y lepra simultáneamente".

 

El Renacimiento y la época romántica extendieron el uso de las llamadas rayas buenas (símbolo de fiesta, exotismo o libertad) sin que por ello desaparecieran las “malas”.


El Renacimiento concedió a las desafortunadas rayas un breve respiro de tanta ignominia y jugó incluso con su utilidad como elemento de diseño. Francisco I de Francia decidió que Clouet lo pintara vestido a rayas; Holbein retrató a Enrique VIII con similares vestiduras. Todo esto, sin embargo, no pasó de un mero flirteo.

Las rayas solo consiguieron poner un pie vacilante en el Viejo Mundo, por lo que emigraron a las costas americanas. Una vez que la rebelión norteamericana adoptó las rayas como símbolo de libertad, estas hicieron una entrada triunfal en Europa. La Revolución Francesa se identificó hasta tal punto con las rayas, que en la memoria quedaron unidas de manera indisoluble al símbolo tricolor. Incluso los ingleses, contra quienes se había esgrimido la raya revolucionaria original, empezaron a usar rayas en vestidos, levitas, chalecos, medias, cintas y todo otro accesorio que se considerara adecuado agregar al atuendo.

A pesar de la rehabilitación histórica de las rayas, su carácter marginal persistió: hasta bien entrado el siglo XX, las rayas se consideraban de rigor para los presos. Al mismo tiempo, también empezaron a adquirir nuevos significados. El rayado higiénico que se introdujo para ropa íntima como los pijamas; el rayado festivo, usado a menudo en la ropa infantil o los juguetes; y la raya náutica, que no tardó en adoptar la indumentaria playera. "En vísperas de la Primera Guerra Mundial", señala, "prácticamente no quedaba playa europea que no se hubiera convertido en un muestrario de rayas".

Referencia: La vestiduras del diablo- Michel Pastoureau- Editorial Océano, S.L.-2005

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